miércoles, 3 de noviembre de 2021

Más tardes de gato montés

Desde hace muchos años, sé que una salida de campo no termina hasta que, una vez de regreso en el coche, emprendes el camino a casa al anochecer y abandonas al fin la sierra. No soy de esos que llegan al campo a media mañana -"is qui ni mi guisti midriguir"- ni tampoco de los que se van pronto a casa como corderitos -ninguna princesa botijo me corta los huevos porque se aburre sola- o chapuzas así. Cuando salgo al campo, madrugo, empiezo a andar con las primeras luces, echo el día entero en el monte y llego al coche a última hora, rendido. Considero que hacer otra cosa es propia de domingueros, de vagos, en realidad no te gusta estar en el campo. Y ya en su día me di cuenta de que el zorrito, el mochuelo, el venado que empieza su actividad al caer la tarde y sorprendes de camino a casa son la guinda del pastel de la salida de campo, de la aventura, del día que has pasado solo en la naturaleza.

Así, con esa "metodología", llevo también unos años observando con éxito al tan esquivo gato montés en la Montaña Palentina. Este mes de octubre he podido viajar allí dos veces; en total hice cuatro salidas al monte y, con ellas, descubrí cuatro lugares maravillosos que todavía no conocía: desde rincones primigenios escondidos en alta montaña -alta montaña de verdad- que me quitaron el habla, hasta bosques pintados del insuperable otoño cantábrico. Y, al terminar las jornadas de campo, reventado y oliendo a tigre, conducía despacio y con precaución, echando un ojo a los prados. Ya conozco varios a los que los gatos monteses suelen bajar, y los cuatro días vi gatos. Como muchos otros animales, cuando están concentrados en la caza, apenas reparan en la presencia de un coche. Este otoño he podido ver los monteses más gordos que he visto en mi vida; me pregunto cuántos topillos podrán comer a lo largo de un día, pues siempre, en las breves observaciones que realizo, consigo verlos atrapar alguno.

Sin más, algunas fotos. El gato montés es un animal muy escaso y difícil de ver. Descubrir su silueta en un prado es un privilegio que conserva, sin lugar a dudas, el sabor de la imagen primitiva de los grandes felinos.





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