Después de la dramática
oleada de incendios forestales provocados que ha arrasado el noroeste de la
Península, una de las argumentaciones y frases hechas que más enarbolan los que
no tienen ni idea, y que usan en cuanto tienen oportunidad para que parezca que entienden o aportan
algo, es que “hay que limpiar el monte”. O que el monte “está sucio”. O que hay
“mucho matorral”. Estas opiniones, inocentes en apariencia, son estupideces peligrosas
que sólo pueden achacarse a la desvergüenza o la ignorancia. Porque decir que
el monte arde porque está sucio, es acusar del mal a la víctima. Exactamente lo
mismo que acusar a la mujer violada de que iba provocando. Porque no, el monte
no arde por tener matorral, el monte lo queman por intereses económicos.
Desde mucho antes de que
apareciera el Homo sapiens, los
montes estaban sometidos al fuego de manera natural. Los primeros bosques
aparecieron hace 400 millones de años, los primeros hombres hace trescientos
mil, y la agricultura hace diez mil. En este largo paseo desde el Devónico
hasta el Neolítico, ¿cómo no se convirtió la Tierra en una pira? ¿No estaba el
monte “sucio”? ¿Quién lo “limpiaba”? Hoy en día, tomando como ejemplo datos de la Fiscalía en
Asturias, sólo el 2% de los incendios tienen su origen en causas naturales,
como pueden ser los rayos. El 12% responde a imprudencias humanas. El 6% a causas
desconocidas. El 80% de los incendios son intencionados, la gran mayoría de
ellos por ganaderos, para generar pastos.
Eso de “limpiar el monte” es
una barrabasada extendida a sabiendas por esos buitres de dos patas que llegan
después de los fuegos. Porque a nadie le importa el papel ecológico del
matorral, ni la biodiversidad del estrato arbustivo, fundamental para la
existencia de la mayoría de especies animales y parte imprescindible del ciclo
de la materia. Todo eso da igual. Nadie, muy pocos, aparecen en la televisión o
los periódicos explicando de manera sencilla que los bosques autóctonos, los
encinares, robledales, abedulares o hayedos no arden sino les meten cerilla a conciencia, y que en caso de arder nunca lo harán con la virulencia de las explotaciones de pino o eucalipto. Porque el bosque autóctono, con su "sucio" sotobosque, es una barrera natural contra el fuego. Casi nadie dice que es nuestro deber y
nuestra obligación favorecer y aumentar las especies autóctonas.
Pero no. Nos quieren hacer
creer que un robledal plenamente desarrollado es un monte sucio e improductivo,
y que esos pinares y eucaliptales sin sotobosque son bosques, y no lo son: son
plantaciones, vacías, sin vida, pero muy rentables para unos pocos canallas que quieren enriquecerse sin
trabajar. Éste tipo de gente, como un tal Daniel Colado, va por ahí soltando
perlas como “Si hay un culpable del fuego
es el combustible acumulado en los montes abandonados”. Públicamente, en un
periódico y sin ponerse colorado. Buceas y descubres que el tipo es presidente
de la Asociación Empresarial de Silvicultura y Medio Ambiente de Asturias. Se
puede tener la cara más dura, pero creo que es difícil.
Tal vez haya que endurecer
las penas. Meter a los incendiarios en la cárcel por muchos años. Inhabilitar a esos que
arrasan el patrimonio de todos para tener más y más vacas abandonadas y subvencionadas.
Y por supuesto hay que educar, sensibilizar, dejar claro que el monte no arde,
sino que lo queman. Se puede y debe hacer todo eso, pero jamás se acabará con
los incendios hasta que se ponga fin a la rentabilidad económica post-incendio.
El problema es que con la ignorante, mediocre y corrupta clase política que
maneja el medio ambiente, plagada de mentirosos, interesados y analfabetos,
vendidos a los empresarios, a los malos ganaderos y a los cazadores, los incendios
forestales no van a terminarse nunca. Al menos hasta que ya no quede nada que
pueda arder.