jueves, 13 de junio de 2013

Una mirada al dragón asiático

Pasaron los días en Beijing y nunca supimos si lo que impedía la visión, difuminando el mar de edificios y ocultando los rascacielos, era polución o la neblina propia del mal tiempo asiático. Fue esa atmósfera gris uno de los primeros impactos que nos recibieron en China y que nos acompañó durante todo nuestro viaje. Un viaje por la República Popular de China, el antiguo Tsinstán, la vieja Catay, no puede dejar indiferente a ningún observador. No todo se reduce a conocer como turista sus megalópolis, gigantescos hormigueros humanos en torno a los cuales se teje una red infinita de ciudades de todos los tamaños que se diluyen, casi con desgana, hasta llegar a la China tradicional. Una China real que a todos nos viene a la mente, la inmensa China de pueblecitos con canales y barquichuelos, de ancianas arrugadas sentadas en las puertas y tocadas con sombreros cónicos.

Aquel romántico Pekín es hoy Beijing, una selva de cemento y aluminio; Shanghai se nos muestra como un laborioso termitero que crece en todas direcciones, sobre la tierra y hacia el cielo. Pero no solo hay modernidad, también hay historia y tradición por todas partes. Se respira esa cultura propia de los pueblos milenarios, percibida tan claramente como los olores de la multitud, como el rumor constante del ajetreo, de la prisa o de la modorra que invaden a unos y a otros y que terminan pronto por capturar al visitante. Acá huele a jazmín, allí a tierra húmeda, acullá a frituras en aceite usado. Pasan sin cesar esos rostros anchos o delgados, chatos, de pelos crespos o lacios, modernos jóvenes sonrientes o incívicos adultos educados bajo la Revolución Cultural. Pero todos esos rostros son de ojos rasgados, de mirada tan alegre como triste, de una mirada que no parece ser consciente del peso que tienen en el mundo.

La huella que China deja en el viajero es la evidente, la dolorosa fuerza de sus contrastes. El nuevo comunismo de mercado, teatral, muestra sin embargo la potencia de su maquinaria humana, una locomotora que guiará la imparable progresión de China a erigirse como primera potencia de nuestro tiempo: porque el dragón asiático será el país que, en un futuro inmediato, haga realidad esa idealista época de ciencia-ficción en que la primera sociedad del mundo sea también el cementerio del hombre individual.


Guardias desfilando por el mar de cemento de la Plaza de Tian'anmen, Beijing.


Interior de la Ciudad Prohibida, Beijing.


Guía turístico en el centro de Beijing.


Originales pinchos callejeros en el mercado nocturno de Wangfujing, Beijing.


Interior de un taller de cloisonné, Beijing.


Los turistas recorren consternados una Gran Muralla invisible entre la neblina(Sector Badaling, Beijing)


Las personas mayores se reúnen para pasar la tarde jugando al ajedrez chino en los jardines del pekinés Templo del Cielo.


Calle peatonal del barrio de Yan Dai Xie Jie, en Beijing, donde se ha logrado conservar el trazado urbano original de casas bajas y comercios frente a las grandes avenidas y los rascacielos.


El motivo del dragón flanquea todas las edificaciones religiosas o administrativas de las antiguas dinastías, como en esta balaustrada del Templo del Cielo, Beijing.


Conductor pekinés de rickshaw ataviado con collar budista.


Guerreros de Terracota, Xi'an, considerados por algunos como una de las Maravillas del Mundo.


Tormenta primaveral en el patio de la Pagoda de la Oca Salvaje, Xi'an.


Artesanía en jade, Xi'an.


Imagen de Mao Zedong en un mercado tradicional, Xi'an.


Ofrendas y plegarias durante el culto budista, Shanghai.


Té gingseng oolong durante una ceremonia del té, Shanghai.


Pudong o distrito financiero de Shanghai visto desde el malecón de la ciudad.


De noche, los ferries parten del Bund de Shanghai para mostrar a los turistas el esplendor de neón del distrito financiero. En primer plano, la "Perla de Oriente", icono de la ciudad.


Banco de Shanghai-Hong Kong y Antigua Aduana en primer plano. Los chinos parecen querer confirmar como suyos los viejos edificios coloniales cuajándolos de banderas rojas.


Del río a la mesa en un restaurante de pescado fresco. Calle Yunnan, Shanghai.


Jinetes chinos de cerámica pintada, Dinastía Tang, siglos VII a X. Museo de Shanghai.


A menos de una hora de una urbe de veintidós millones de habitantes como Shanghai todavía pueden encontrarse formas de vida tradicionales y trazados urbanos originales. Pueblos como Zhujiajao cargan diecisiete siglos de historia sobre sus espaldas. La visión occidental sobre china no puede ceñirse al gigante económico que es ahora y obviar el germen del pueblo que la ha sustentado durante siglos.