domingo, 2 de noviembre de 2014

Belleza efímera

Recuerdo que era un día frío, neblinoso, en un remoto rincón de una de tantas sierras recorridas. Las ruinas de un pequeño molino de paredes de canto y adobe, con el tejado de vigas podridas semihundido, escondían una imagen mágica. En el oscuro interior, en lo alto de una esquina por la que entraba un hilillo de sol pálido, asomaba una seta, pequeña, blanca y húmeda. Allí dentro, en la decrépita ruina de la obra del hombre, aquel hongo representaba la vida. Creo que fue en aquel momento cuando setas y hongos llamaron mi atención. Hasta entonces habían permanecido eclipsados por la grandeza y espectacularidad de la fauna, los árboles y los grandes paisajes. Una gran montaña o el vuelo de un águila llaman más la impresionable atención del ser humano que el crecer silencioso de un pequeño hongo del bosque, que a nuestros ojos no pasa de ser más que un diminuto y efímero punto de color. Aquella melancólica seta blanca hizo por descubrirme su curiosidad, hasta definirse como un acontecimiento otoñal tan esperado como otros sucesos naturales marcados por las estaciones.

Hoy en día, la recolección de setas ha dejado de ser una actividad tradicional de las gentes del campo para asumir el papel de entretenimiento banal y competitivo de aventureros urbanos, motivados por posar ufanos junto a sus abrumadoras y devastadoras vendimias luciendo esa sonrisa inconfundible de todo aquel que esquilma el monte. Pero sin duda, setas y hongos también deben ocupar un merecido lugar como parte del paisaje y del ecosistema, como elementos naturales que respetar, que contemplar y dejar intocados. Organismos efímeros, de crecimiento rápido después de las lluvias y bajo el abrigo del sol otoñal, enseñan ostentosos sus magníficos colores e infinitas adaptaciones. ¿Cómo ignorar su evidente belleza? ¿Cómo no observar con atención y cariño la extensa variedad de sombreros, pies, láminas, verrugas y areolas? Sus excéntricos biorritmos los hacen parecer casi organismos extraterrestres, formas de vida diferentes a todas las demás y por supuesto a nosotros mismos. Incluso seres tan breves, perecederos y fugaces merecen un lugar en nuestra sensibilidad. 

Como sencillo testimonio de esta belleza humilde, muestro una serie de fotografías de setas y hongos en plena naturaleza, no perturbadas y retratadas como los elementos agrestes que son: piezas de un paisaje vivo en el que, al fin y al cabo, es donde mejor están.

Apagador o matacandelas (Lepiota procera)


Boleto(Boletus edulis) en el sotobosque de un hayedo.


Posible carbonera(Russula cyanoxantha)


Falsa oronja(Amanita muscaria), con el sombrero deformado.


Hidno erizado(Hydnym erinaceum) creciendo sobre un roble melojo.


Mucídulas viscosas(Oudemansiella mucida) sobre ramas de haya. Sistema Central y la Cordillera Cantábrica.



Yesquero de abedul(Piptoporus betulinus) en un profundo abedular de alta montaña.


Tremella mesentrica en madera muerta de encina, Sierra Morena.


Micenas, marasmios y otras curiosas especies sin identificar.






La pequeña seta que crecía sobre el adobe y la madera podrida de las ruinas de aquel molino.