domingo, 10 de julio de 2011

Nostalgia escurialense

En ocasiones bastan unos pocos días en un lugar agradable para sentir hacia él y hacia las vivencias que en él se experimentan una profunda nostalgia cuando se regresa al hogar. Incluso turísticos y egregios emplazamientos como San Lorenzo de El Escorial y su entorno pueden dejarse atrás con esa sensación.

He pasado esta semana que concluye, como suelo hacer en los últimos veranos, realizando uno de los cursos de verano que desarrolla la UCM en San Lorenzo. He tenido alojamiento, una vez más, en el agradabilísimo y añejo centro agustino María Cristina, sito a la vera del gran Monasterio. Éste centro residencial es, como diría B.B., “una casa perfecta, tanto te guste comer como dormir o contar cuentos o cantar, o sólo quedarte sentado pensando, o una agradable combinación de todo”. Habitaciones individuales sencillas, de profunda raigambre religiosa, que dan a un claustro de hermoso y cuidado jardín. Todo bajo la atenta mirada del Monte Abantos, que comienza a levantarse tras la propia residencia.

En el marco insuperable del gran monumento imperial, ha sido un verdadero placer asistir a las ponencias de grandes politólogos, diplomáticos y periodistas españoles y extranjeros y a la vez disfrutar todos los días de lectura en el florido jardín del claustro de María Cristina, a la sombra de un par de gruesos laureles viejos como el propio edificio, el cual siempre se mantiene fresco con sus techos de madera oscura, sus largos corredores y su osamenta de granito.

No sólo la arquitectura y el animado entorno urbano escurialense hacen que merezca la pena asistir a estos cursos. En cualquiera de ellos se disfruta de una estrecha relación con personas de diversos orígenes, profesiones y formación. Éste año la compaña  ha variado entre leoneses, catalanes, manchegos y mexicanos. Amistades breves que suelen truncarse a terminar la semana, pero que rara vez se olvidan.

No podía dejar de ausentarme una tarde a las ponencias para vestirme de campo y subir al Abantos. Decidí buscar monte a través el pequeño hayedo que se refugia en una de sus umbrías, para continuar luego más arriba y divisar el pueblo desde la cima.

Las hayas allí seguían, dando su sombra tan fresca, rodeadas, aparte de por pinos y robles, por árboles diversos que a lo largo de la historia de la montaña han sido plantados en distintas épocas por los ingenieros de montes que aquí tenían su base. Así, además de los árboles autóctonos serranos se encuentran, naturalizados, alerces de ramas lloronas, píceas, abetos de Douglas y algún pinsapo.

Al regreso de la sencilla excursión tras haber echado una buena tarde, dejando atrás las últimas hayas, escuché unas voces en el bosque. Eran tres senderistas, superada la treintena, equipados como para invadir una república bananera. Ropajes técnicos de brillantes colores, mochilas de última generación, camelbags, botas que caminan solas, dos bastones telescópicos cada uno. Pasé al lado, vestido con mis inseparables ropas camperas de color pardo mohoso y mi anacrónica cantimplora de metal. No sé qué pensarían al comparar ambos aspectos, pero yo pensé que este siglo no es el mío.


Vista del Monasterio de El Escorial y del pueblo de San Lorenzo desde la cima del Monte Abantos(1753m).


Grupo de caballos libres refugiados del calor de la tarde junto al fresco de una fuente y la sombra de los fresnos en la ladera de la montaña.


Jardín y corredores del RCU agustino María Cristina, a los pies del Abantos.