sábado, 28 de marzo de 2020

Libros para volver a casa

Cuando terminas un libro sientes que pierdes algo, que concluye una etapa y empieza una nueva; sientes nostalgia por lo que queda atrás, como si te despidieras para siempre de un amigo. Pero en realidad no lo pierdes: has aprendido, has viajado, te ha emocionado. Te ha hecho crecer. Más que nostalgia, deberíamos terminar un libro con la perspectiva con que vemos el mundo después de una lluvia, limpio y renovado. Además, y con justicia, hay que reconocer que todo libro se puede releer. Pocas personas lo hacen, pues lo consideran una pérdida de tiempo; claro que no es lo mismo releer Relato de un náufrago que Guerra y paz, pero lo cierto es que una relectura siempre te descubre detalles nuevos, encuentras esos mensajes profundos que manda todo buen autor, a propósito o quién sabe si sin darse cuenta, valiéndose de sus personajes y descripciones. Releer un libro es, en fin, como volver a soñar. Un suspiro, un aliento, una emoción, una lágrima, todo eso te da un libro. Papel, palabra escrita. ¿Cómo podrá, la gente que no lee, vivir sin todo eso? Con un esfuerzo, puedo llegar a entender a la gente que es capaz de vivir sin café, cerveza o silencio, pero no a la que vive sin libros.

Creo que todos los lectores tenemos libros que, al abrirlos de nuevo, son como una vuelta a casa. Los releemos porque nos encontramos cómodos entre sus páginas y nos sentimos entre amigos caminando junto a sus personajes. No voy a dármelas de académico diciendo aquí que releo tostones clásicos e incunables, pero tengo mis habituales. Supongo que todo empezó en el colegio con En busca del unicornio, de Eslava Galán, increíble aventura narrada con maestría, con uno de los finales más demoledores de la literatura. Le he dado varias lecturas a ese libro. Mucho más tarde empezó la etapa de releer casi todos los años El Señor de los Anillos, obra cumbre de la literatura universal, gesta increíble y tan real que casi se puede tocar, un libro donde cada párrafo es una perfecta obra de arte, de personajes exquisitos, trasfondo inigualable, libro que todo escritor no puede más que admirar, y sin duda envidiar, porque nadie será capaz de volver a hacer algo así jamás. Más allá, se me ocurre también El corazón de las tinieblas, de Conrad, libro corto que sí cae cada año, al que suelo recurrir en viajes o escapadas. Más moderno que los anteriores, releo Todos los hermosos caballos, de McCarthy, cuya demoledora literatura me ha sido una inspiración vital desde que la conocí.

Así, en fin, podría comentar muchos otros libros que suelo releer. O contar porqué vuelvo a ellos de vez en cuando. Podría hablar sobre otros que tengo localizados para el día en que me apetezca volver a perderme entre sus páginas. También tengo algunos seleccionados, reservados, como futuros compañeros de viajes. Walden, La vorágine La aldea olvidada, ya leídos y comentados, sé cuándo y en qué circunstancias los volveré a leer. También tengo otros a la espera de ser abordados en el momento preciso: por ejemplo, Un tronar de tambores se vendrá conmigo a una escapada de un par de días a la montaña. Debe ser bueno para leerlo a la luz de una hoguera o atardeciendo en medio de ninguna parte. Y esa es, en fin, tal vez una de las dimensiones más bellas para un lector: el planear o reservar el momento en que abrirás un libro por primera vez, o prever cuándo le dedicarás el tiempo que se merece. Como si fuera una cita largamente esperada o una ocasión especial. Privilegios de lector. Raros privilegios de lector.