El otro día, practicando el ejercicio de masoquismo que es
navegar por una red social, me topé de bruces con una de esas noticias que te
dan la tarde. No suelo moverme por páginas de asociaciones medioambientales porque normalmente no dan más que disgustos. Pero ese día lo hice, y ahí estaba la mala nueva. Celebración -por decir algo- de dos carreras, ultra rail y maratón,
por el interior de Somiedo: el conocido santuario asturiano hogar y refugio del
oso pardo, el lobo y el urogallo. Miré el calendario por si estábamos ya a
veintiocho de diciembre y no me había dado cuenta, pero no era ninguna
inocentada. Tras la sorpresa, dándole al ratón observé con alborozo cómo en varias discusiones, en
medio de tanta majadería, quedaban personas con sentido común que protestaban,
boquiabiertas y ojipláticas, ante semejante disparate. Y es que las carreras,
de quinientos participantes durante las veinticuatro horas, pisotearían sin
reparo ni remilgo alguno las zonas de alimentación del oso pardo en plena crítica
época previa al invierno. Aunque parezca coña la chirigota ha sido
pergeñada, entre otros, por la propia administración del Parque, la Federación Asturiana
de deportes de Montaña, Asturias Biosfera, Coca-Cola y la Fundación Oso pardo
-no es broma, repito-. El tema era obviamente defendido por runners y
familia con las cantinelas novoecológicas típicas de estos eventos -el respeto
es máximo, el daño es nulo, no se altera nada, hay concienciación, así se
aprende a apreciar la naturaleza, y otras sabihondeces- que ya no se cree ni el
idiota que las inventó. Los informes que demuestran que la carnavalada es un
atentado en toda regla se los lleva el viento del norte. Así que al oso, al lobo y a los
gallos esos les pueden dar, vaya. Somiedo está ahí no para conservarlos sino
para divertirse, para que nos entendamos. Personalmente, a mí lo que me molesta
no es ya la festiva superficialidad ni la destrucción gratuita, que son un hecho. Lo
que me giba es el vacile, la insultante rechifla: “DesafiOSOmiedo”, han logotipado
la barahúnda. Y no se han puesto ni coloraos.
Que se permitan cosas como éstas es preocupante a dos
niveles. El primero y más evidente es el innegable impacto para la naturaleza: esta nueva moda freak de “explotación” de los espacios protegidos es una vuelta de tuerca más, un pandemónium innecesario e
improductivo. Un descabellado escándalo que no se sostiene por ninguna parte. A este paso cabe preguntarse si lo próximo
serán partidos de waterpolo en Tablas de Daimiel o Doñana, o pachangas
de fútbol en Cabañeros y Monfragüe; lo vendes como que así se aprecia la
naturaleza y punto, te van a secundar masivamente porque aquí cada barrabasada
tiene sus palmeros. Pero hay una segunda dimensión, la realmente peligrosa y
que a todo el mundo parece pasar desapercibida: la desmoralizadora falta de
sensibilidad y respeto por la naturaleza como naturaleza, nuestra preocupante
incapacidad de poder apreciarla y protegerla por el mero hecho de ser lo que
es. La cada vez más extendida visión del medio ambiente únicamente como gran escenario que alguien ha puesto ahí para hacer deporte, o para sacar rédito político o económico, o todo a la vez. Una falta de sensibilidad e inquietudes que se promociona y subvenciona desde todas partes en un terrible alarde de estolidez muy nuestro. Así, mientras que cualquiera se indignaría ante un mentecato que se pusiera a
hacer deporte en el interior de una catedral o un museo, prostituir el
santuario somedano como estadio se celebra y vende como el súmmum del amor por el medio ambiente y el mundo rural. Pero no,
oigan. Sin paños calientes, no hay que tener reparos en decir que aquellos
capaces de ver con buenos ojos aquelarres como el de Somiedo no tienen ni puta idea
de lo que es la
Naturaleza. Pero ésos, ay, son los que se han convertido hoy en sus adalides.