domingo, 8 de noviembre de 2020

Lo que debe lograr el arte

Mientras pasaba la mañana paseando por Madrid, dando cuenta de un buen desayuno y parando a repostar en un café de especialidad, decidí dejarme caer por un par de exposiciones gratuitas: la primera sobre Goya, siempre desazonador, en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando; la segunda, sobre la Batalla de Trafalgar, en el Museo de Historia de Madrid. Tengo que decir que no esperaba demasiado de esta última, ya que me la vendieron como un viaje a la batalla a través de Galdós, aderezado con unas cuantas pinturas. Pero lo que encontré en la sala me impresionó profundamente. No es que sea experto en Trafalgar, pero he leído sobre la batalla, tanto historia como buenas novelas, y creo que puedo enumerar de memoria casi todos los barcos -esos impresionantes navíos de línea de la época, verdaderas fortalezas que vomitaban fuego y metralla- que participaron en el choque. Creo que a cualquier persona que se considere curiosa tienen que fascinarle hechos como el de aquel día de octubre de 1805, no tanto por tratarse de un punto de inflexión histórico de gran importancia, sino por haber sido el escenario de un drama humano sobrecogedor.

La exposición, siguiendo la narración novelada que Galdós hizo de la batalla, muestra una serie de impresionantes pinturas del artista Daniel Parra. No voy a detallar aquí en qué consiste la muestra, ni a hacer un resumen rimbombante de cómo debieron ser las horas de cañonazos y muerte entre los barcos. Pero debo mencionar el profundo impacto que me provocó la exposición. Admiro cómo han logrado crear algo de tanta fuerza y belleza a partir de un suceso tan truculento. No me avergüenza reconocer que se me humedecieron los ojos por la emoción. Supongo que esto fue por dos motivos: primero, por mi propia sensibilidad por la historia, que creo te otorga el privilegio de emocionarte con estas cosas, y segundo, por la impecable calidad del arte de Daniel Parra, ya que sus exquisitas pinturas logran un efecto inmersivo, impactante, sin artificialidades y de gran rigor. No puedo sino deshacerme en elogios ante estas cosas. Sencillas, honestas, apasionadas.

Creo que el arte, en cualquiera de sus formatos, es bueno sólo cuando hace reflexionar a quien lo consume. Y tanto las pinturas como los textos de esta exposición lo hacen. Te invitan a reflexionar sobre la valentía de aquellos hombres, como Churruca o Gravina, quienes sabían que, por la decisión del jefe francés impuesto, iban a perder la batalla. Pero cumplieron con su deber, como también hicieron los miles de marineros e infantes que, con ellos, iban en los barcos a enfrentar y repartir horror. La muestra también acierta al hacerte reflexionar sobre lo estéril de los sacrificios. Personalmente, tengo que decir que me hizo darle vueltas a otra cosa: a esta desinformada generación de jóvenes, suficiente y despectiva, que mira estas cosas por encima del hombro, si es que se digna a mirarlas. Y también a la vileza de políticos y cargos, de todos los colores, que les han hecho así. En fin, todos esos petulantes cabezas huecas que desprecian y juzgan injustamente la historia desde su cómoda perspectiva actual. Cualquiera sabe a qué tipo de personas me refiero. Creo que la vacuidad ofensiva de su pensamiento es lo que hace más dolorosos todos aquellos sacrificios históricos. Pero en fin: ya quisieran estos mequetrefes de ahora tener un ápice del honor que tuvo Churruca.