domingo, 11 de marzo de 2012

Heroico taconazo

Numantino, había resistido durante meses a integrarme en el mundo de los smartphones, pero al final actualizarse es inevitable. Mi viejo y duro móvil de pantalla en blanco y negro estaba en las últimas. La compañía telefónica, tras once años de relación, se negó a concederme ni el más básico de su catálogo de móviles de última hornada, así que les invité a que se fueran a freír espárragos y cambié de operadora. Apenas una semana después, disfrutaba de un nuevo terminal recién salido al mercado.

Un día de invierno, de buena mañana, tomando un cortado y una barrita con tomate en el nunca perdonable segundo desayuno en una cafetería al lado del trabajo, trasteaba con el telefonito, o como quiera que se llame el cacharro ahora. Una pasada, hay que reconocerlo. Se pulsa el icono de “Noticias y tiempo” y aparece primero una dinámica información meteorológica del lugar en el que uno se encuentre. Se arrastra el dedo por la pantalla, de derecha a izquierda, y la aplicación muestra una variada selección de titulares del día: la primera página, noticias destacadas. La segunda, España. La tercera, deportes.

Nunca me intereso por la sección de deportes, ni en las nuevas tecnologías ni leyendo el periódico. En esos temas me confieso felizmente como un redomado ignorante, incapaz de entender cómo el fútbol puede ocupar la mitad de un telenoticias o la mayoría de conversaciones que flotan en un bar. Mi mente se desconecta automáticamente cuando amigos y compañeros se arrancan a hablar del pan y circo. Pero durante aquel café cortado, hojeando las noticias destacadas que un mileurista(o peor aún, una máquina) va tamizando a base de copy&paste, un titular atrajo por méritos propios mi atención. Rezaba “Heroico taconazo de Cristiano”. Pulsé, tap. Estaba en la selección de noticias destacadas. Sería algo importante.

Heroico taconazo de Cristiano, decía. Heroico. Una palabra que se repetía varias veces en un artículo de siete u ocho párrafos que algún periodista, en un alarde de capacidad de redacción, fue capaz de desplegar a partir de un partido de balompié. Heroico, repetía. Un calificativo que se me antoja demasiado complejo como para utilizarlo a la ligera. Demasiado duro de ganar como para aplicarse sobre cualquiera, más aún sobre el tal Cristiano; por si alguien no lo sabe(que lo sabrá aunque no quiera, pues es del todo imposible ignorar vida y milagros de estos Aquiles modernos) nuestro homérico Cristiano es un futbolista de veintitantos años, iletrado y fashion victim, que entre otros valores ha legado a los jóvenes españoles la moda de peinarse con ridículas crestas y casposas permanentes, llevar diamantes de bisutería en las orejas y vestirse para ocasiones especiales con americana blanca y gafas tipo mosca. Todo un pensador que, tras diseñarse una mansión a su antojo, mandó que los tiradores de las puertas tuvieran la forma de sus regias iniciales: ce-erre. No sólo heroico, sino también modesto, el rapaz. Todo un modelo para la juventud.

Obviamente me la traía al pairo que semejante vergonzoso exponente de nuestra calamitosa sociedad hubiera metido un gol de tacón, o lo que demonios hiciera para merecer ser "noticia destacada" tal y como va el mundo. Pero uno se queda perplejo y ojiplático ante la gratuidad que sufren ciertas palabras, ante la facilidad con que se adjudicó, en ese caso, el calificativo de héroe. Heroico, el del menaje del hogar con su nombre. Paladéenlo. Precisamente, hacía pocos días que tres Policías Nacionales habían muerto ahogados al intentar rescatar de la marea a un estudiante borracho. Un par de minutos en las noticias, alguna columna de opinión en no todos los periódicos y adiós muy buenas: tal vez una placa que corroerá el salitre, a lo sumo, como postrer reconocimiento.

Tristemente, cualquiera puede constatar la absoluta indiferencia social ante estos hechos, que sí merecen el calificativo de heroicos, en contraste con la admiración de la masa ante la patatera hazaña del tal Cristiano. Incluso he leído(y oído) a más de un canalla preguntarse para qué se tiraron al mar, o insinuar pensamientos aún más mezquinos y simples. Los tipos de siempre, mezcla de bilis y bobaliconería, que cuando abren la boca es para llevar la contraria a la razón y a la vergüenza, a ver si así llaman la atención. Pero no descubro la pólvora si digo que aquel que no tiene valores siempre piensa que los demás también carecen de ellos.

Tampoco viene mucho a cuento, pero no está de más recordar que en España nunca han faltado hechos heroicos cuyo escenario ha sido muchas de las veces, como en aquella desgracia, el mar. Desde los marineros paleños que por primera vez cruzaron el charco y descubrieron un Nuevo Mundo hasta hazañas como la aventura del navío Glorioso, el rapapolvo a la Contraarmada o el desbarate del sitio de Cartagena de Indias. Sucesos éstos sobre los cuales invito a que se informe todo aquel que los desconozca, si es que gusta de sumergirse en ese tipo raro de episodios históricos donde la realidad supera con creces a la ficción. Y digo que se informe, por su cuenta, porque difícilmente va a encontrar nada sobre ellos en medios al uso para conocimiento general. Esos los suelen ocupar Cristiano y compañía, o personajes aún más grotescos.

Claro que nuestros héroes del pasado no son como los de hoy en día. Aquellos tenían principios, ideales, arrojo, abnegación, espíritu. Además de la espada y el arcabuz, muchos manejaban la pluma con la misma soltura, en prosa y verso: unos trogloditas, fascistoides incluso. Afortunadamente, hoy nuestros modelos de comportamiento son superiores. Políticamente correctos, que no pisan callos ni hieren sensibilidades. Ahora tenemos héroes que se merecen toda nuestra admiración por los descomunales valores que nos legan, por la trascendencia de sus actos, por lo sacrificado de sus acciones, por la cultura que irradian. Figuras hercúleas, héroes épicos y de leyenda a los que el pueblo ve como referencia y a los que mañana convertiremos en inmortales: a esos que meten un gol de tacón, sin ir más lejos. No a otros. No a otros.