viernes, 31 de julio de 2015

Sigamos aplaudiendo

No me importa en absoluto reconocer que se me saltaron las lágrimas al ver en la televisión esas imágenes del oso amaestrado tocando la trompeta. Leí hace poco que los perros, después de milenios de convivencia con el hombre, han adoptado expresiones faciales similares a las humanas para mostrar sentimientos como el júbilo o la tristeza. Los osos no conviven con nosotros, pero habría que estar ciego para no leer la desdicha, la miseria y la intensa lástima por sí mismo que ese oso tenía escritas en la faz. Se sabía obligado mediante vejaciones, pero sin entender por qué, a ridiculizarse a sí mismo para goce de un público de energúmenos, una chusma de  babosos e insensibles que aplauden la ruindad con las orejas, satisfecha su indigencia intelectual al ver tan hábilmente sometida y amaestrada semejante fiera. Aunque tal vez nos convendría preguntarnos quién está mejor amaestrado, si el oso o ellos. De lo que no cabe duda es de quién tiene el corazón más negro.

Las redes sociales, por lo cotidiano un mentidero improductivo, se incendiaron(apenas un par de días, lo habitual para cualquier polémica animal) pidiendo la cancelación del programa. Todo el mundo estaba ojiplático ante el hecho de que en la moderna España del siglo XXI, de que a éstas alturas, oiga, se emitan esas cosas. Que no podía ser. Que menuda pena damos. Se extrañaban, claro. Pero no, no podemos extrañarnos por nada. A veces se nos olvida en qué lugar vivimos, que diariamente seguimos disfrutando con la degradación y el desprecio lúdico de aquellos que no tienen voz y no pueden defenderse. Se nos olvidan rápido pequeños detalles, minucias que nos hacen ser cómo somos y que nos llevan a entretenernos con cosas que están prohibidas en casi todo el mundo. Al menos en el que presume de civilizado. Como todas las demás miserias y vergüenzas de este país la banalización del sufrimiento vive de nuestra educación tercermundista, de ese utilísimo instrumento del que se valen los mediocres para seguir gobernando al pueblo idiota. Desde la II República(ya vamos camino de los cien años) ningún gobernante, ni uno, se ha preocupado por educar al pueblo, mucho menos en lo que a medio ambiente o a bichos se refiere. Lejos quedan las enseñanzas y las ideas de Giner de los Ríos o Juan Ramón Jiménez, de los anhelos de la Institución Libre de Enseñanza por criar generaciones de infantes amantes de la Naturaleza y la cultura: niños que fueran adultos formados en esos conceptos peregrinos de la moral, la decencia y el respeto por los animales. Hoy no queda nada de eso. La Dictadura le puso fin y sus herederos se esfuerzan por eliminar todo lo que huela a verde de los planes de estudio, de los medios de comunicación y del debate político. La sociedad, mal instruida, mal educada, parece cada vez más insensible. Todas las vergüenzas siguen agarradas como garrapatas, impávidas, subvencionadas y patrocinadas incluso en las escuelas. No hemos avanzado nada. Cuando se repara en ello no entiendes porqué hay quien se extraña de que aún disfrutemos humillando a un oso. Lo que te extraña es que no lo hayamos alanceado en directo y lo hayamos llamado tradición o cultura. 

Viñeta de Paco Catalán.