jueves, 10 de octubre de 2019

El ecologismo es de buena educación

Como doctrina filosófica, el determinismo nos dice que todo fenómeno o acontecimiento está prefijado, determinado previamente. Que el azar no existe. Me pregunto si es aplicable al hombre, si cosas como la mala educación vienen determinadas por la formación cultural, por algún gen maligno o son una respuesta defensiva. Las personas somos seres complejos pero, al final, puedes detectar rápidamente lo que te espera en función de las primeras impresiones o de pequeñas actitudes involuntarias: el fijarse en cómo saluda una persona, cómo mira a su alrededor, cómo te escucha cuando hablas o cómo se dirige a los camareros dice mucho de ella. En realidad somos como un libro abierto. Y viéndolo así, llevo unos años observando cómo las personas que son opuestas al ecologismo, los negacionistas con el calentamiento global y aquellos siempre amigos de defender todo lo que sea agresivo con la naturaleza o los animales tienden a ser, como norma general, gente maleducada. No hablo de arquetipos como el cazador chulo, el malvado que no recicla ni nada de eso; desde luego, tampoco puede decirse que todos los vegetarianos o todos los que reciclan destaquen luego por su urbanidad y buena educación. Hay de todo pero, con los años, veo tendencias más que evidentes. En ese colectivo antieco negacionista hay prepotencia, suficiencia y chulería para dar y tomar. Mucha mala educación.

Demasiado a menudo me encuentro personas que me preguntan porqué apago la luz y los ordenadores cuando salgo de la oficina, que no entienden porqué he reducido mi consumo de carne al mínimo o porqué voy caminando a los sitios en lugar de ir en coche. Hoy en día, con el inmediato acceso a la información que tenemos y los constantes avisos sobre la crisis climática, me parecen cosas evidentes que hay que hacer, pero resulta que no lo son. No todos creen que hacer eso sean pequeñas buenas acciones que pueden hacer de este desgraciado planeta un mundo mejor, sino que son tonterías para crédulos. Creo que esas pequeñas cosas son simplemente gestos de buena educación, tanto para con mis conciudadanos como para con mi entorno. Gestos de urbanidad, equiparables a dar los buenos días o decirle por favor y gracias al camarero cuando te atiende. Por eso, cada vez que juzgan o preguntan para qué reciclo o porqué he reducido mi consumo de carne, ya siempre respondo lo mismo: es sólo una cuestión de buena educación.