sábado, 3 de agosto de 2019

Aventureros

Acabo de leer que una mujer ha muerto en Alaska mientras intentaba llegar, junto a su marido, al famoso autobús en que murió Chris McCandless en Stampede trail. Una desgracia que allí no es la primera ni será la última. Debe existir cierto peregrinaje hasta el triste lugar en que murió aquel curioso joven, de espíritu romántico, sí, pero que también era ingenuo e imprudente, sin mucha idea de lo que hacía ni de lo que es Alaska, y que creo que no debería ser un ejemplo vital para nadie por muy evocadores que sean el libro y la película que han ilustrado su vida. Yo he estado dos veces en Alaska y sé de buena mano que no es ni de lejos el lugar más apropiado para irte a vivir al monte tú solo. Los lugareños llaman the bush a todo aquello que está más allá de los pueblos y carreteras, y ese bush, que nace al borde mismo de las casas, sigue siendo hoy una inmensidad de naturaleza salvaje, sombría, incómoda e inclemente. Aunque sea políticamente incorrecto dejar al desnudo la verdaderas inquietudes del hombre moderno, me temo que lo que mueve a la gente a cometer estas y otras imprudencias no es otra cosa que hacerse la foto de marras y colgarla en su red social. Y ese autobús lo conoce cualquier instagramer que se precie, a pesar de su remota ubicación. Personalmente, no veo en peregrinar al autobús de McCandless ningún espíritu de aventura, como tampoco lo veo en subir al Everest haciendo una cola que ya quisiera Doña Manolita o en viajar por el mundo sin dinero ni dónde caerte muerto; tampoco veo aventura en alojarse con una tribu que, mientras los de un turno bailan vestidos con sus pieles y abalorios ancestrales, los del siguiente turno están viendo la tele en la cabaña de al lado.

Creo que todos sabemos que el entronque del individuo moderno con el paisaje y el paisanaje se ha perdido ya irremisiblemente. No hablo únicamente de la desaparición de las culturas rurales tradicionales, cosa que podemos ver en nuestra España Vacía sin necesidad de viajar mucho, sino de la propia integración del hombre en el entorno natural: hoy en día el delicado hombre del primer mundo es algo totalmente ajeno a todo lo que esté fuera de su acomodaticio entorno urbano. Y eso se nota. Aquellos aventureros pioneros de siglos pasados, desastrados, fieros, barbudos, fueron algo fascinante que la humanidad ya nunca volverá a ver: hablo de los Conquistadores, de los pioneros del Oeste o de los exploradores de África. Llevaban consigo bien ambición, bien afán evangelizador, simples ansias de aventura o verdadera inquietud descubridora: todos eran diferentes, pero si tenían algo en común es que todos ellos eran auténticos. Los llamados aventureros de hoy en día, televisivos o anónimos, no son algo auténtico sino artificial, que no llegan a la suela del zapato a los tipos duros de antes. Dicen que el concepto de "aventura" murió definitivamente cuando comenzó aquella estúpida carrera por llegar a los Polos, degenerando hasta el momento actual, superficial e innecesario, en que parece que tener interés por ese the bush de que hablábamos pasa por hacer mamarrachadas con ropa cara y muy técnica y arriesgar la vida inútilmente. Uno ve fotografías de lo que hacen ahora los llamados aventureros en la Naturaleza y se convence, irremisiblemente, de que los humanos no somos más que una tropa de monos aburridos que se reproduce demasiado rápido.