sábado, 20 de febrero de 2016

El puercoespín tuerto

Había un animal parado en el arcén, a unos cincuenta metros. Apenas había luz y me costaba distinguirlo. No era un zorro y era demasiado grande para ser una marta. Pensé que debía tratarse de un tejón, un mapache o tal vez un glotón. Esperé un rato con el motor en marcha observando aquel bulto negro en aquella ignota carretera del Estrecho del Príncipe Guillermo, en Alaska, rodeada de bosques de frondosas y hundida entre glaciares y montes nevados y picos afilados. Al cabo bajé de la caravana y me acerqué a pie. Cuando estaba a cinco metros de él ya pude distinguir las bandas amarillas y negras de su librea y también las amenazantes púas. Era un enorme puercoespín.

El animal huyó desplegando las espinas y bajó el talud de la carretera despacio, con paso torpe. Le observé escurrirse entre los arbustos y pensé que allí le perdería de vista, acostumbrado como estaba a los animales de Iberia que se esfuman como fantasmas entre el matorral. El puercoespín giró la cabeza y me miró con desconfianza. Tenía un solo ojo, quién sabe si perdido en un rifirrafe con un congénere. Comenzó a trepar por un delgado olmo. Pude ver a placer los dedos prensiles de sus manos y sus pies, con los que se apoyaba en las horquillas de las ramas hasta acabar a tres metros sobre el suelo. Una vez allí, en las ramas más recias del olmo que podían sostenerle, el puercoespín no supo qué hacer. Quedó preso de sus propias limitaciones. Me recordó a esos personajes cómicos animados que, al huir de los villanos, siempre toman el peor camino evidente y quedan atrapados.

No pude dejar de aprovechar aquel instante único y, acuclillado en la carretera, observé al extraño animal todo el tiempo que quise. Él aguardaba agarrado a sus ramas, quieto e inocente, como si confiara en su camuflaje. Admiraba su gran tamaño. Era diferente a todo lo que había visto antes: me parecía una mezcla entre tejón, erizo y ardilla, algo así como un capricho grotesco de la Naturaleza, un ejercicio de creatividad, un experimento. Lo observaba con curiosidad, igual que cualquiera haría con algo fuera de lo normal que no ha visto nunca y de repente tiene al alcance de la mano. Me maravillaba su cresta erizada de púas de más de un palmo de longitud y su cola rubia, rabiosamente amarilla.

Sopló el viento del Norte. El arbolillo se dobló y el puercoespín se agarró al tronco con un gesto de espanto casi humano. A pesar de su agilidad para trepar, el animal estaba lejos de un gato o una ardilla. Resolví marcharme para dejarlo tranquilo. “Ten cuidado al bajar”, le dije al darme la vuelta. Al escucharme giró la cabeza como un perro y fue entonces cuando la mirada curiosa fue la suya.



Las espinas de los cuartos traseros y la espalda son las más cortas y recias dado que el animal puede enroscarse y presentarlas como defensa frente a los depredadores. En su huida, el puercoespín despliega las púas de más longitud creando un "círculo de seguridad".



Puercoespín colgado del árbol, en su hábitat de frondosas, valle y media montaña. Días después pude observarlos también en la tundra donde apenas existía cobertura vegetal.


Cascada cerca de Valdez.


Nieves perpetuas en las ásperas montañas del Estrecho del Príncipe Guillermo.