sábado, 13 de febrero de 2016

Las cabras del islote

Parece ser que había cabras -domésticas, Capra aegargus hircus, no cabra montés- introducidas en el islote ibicenco de Es Vedrà desde el siglo XIX. Existía la costumbre de capturar algunas en Pascua para sacrificarlas y dar buena cuenta de ellas en la brasa. Dos siglos después alguien reparó en que los animales causaban estragos en la vegetación autóctona y surgió la imprescindible urgencia de buscar una solución al problema. Y para ello, a estas alturas de la película a los responsables no se les ha ocurrido otra medida que abatir a tiro limpio a las cuarenta cabras que poblaban el peñasco. Ha habido una pequeña polémica -fugaz, como todas las ambientales- en torno a la escabechina y, como siempre pasa aquí, sabios de barra de bar de todo tipo se han liado a pedradas, cada cual con menos idea que el de la trinchera de enfrente. Los unos, con esa deleznable suficiencia del que asume las maldades como algo necesario, llamaban ignorantes a los animalistas que pedían una solución digna. Al final ha quedado un cuadro muy español: nadie de acuerdo, todos ciscándose en el que no opina como él y las cabras muertas a tiros pudriéndose al sol del Mediterráneo.

Los que han motivado la matanza han esgrimido convincentes argumentos, muy de manual. Colándosela limpiamente a los que no quieren o no pueden hacer el esfuerzo de ser escépticos. Al que suscribe le cuesta creerse ciertas cosas, sobre todo las explicaciones absurdas con que pretenden tomarnos por tontos. Lo siento, pero no me creo que a los que fueron capaces de disparar, o a quienes les autorizaron, les importe un bledo la manzanilla endémica del islote. No me creo que, si las cabras llevaban ahí siglo y pico largo, con una población que antes doblaba a la que había ahora, fuera hoy tan urgente leerle la cartilla a los chivos. Tampoco me creo que fuera imposible evacuar los animales y entregarlos a los ganaderos que se habían ofrecido a adoptarlos. No me trago que si los cabreros han ido todos los años, desde ni se sabe y tranquilamente, a sacrificar algunos machos o cabritos, ahora sea “peligroso” o “arriesgado para la vida de los técnicos” ir sacando cabras de la isla. La cabra, que no es precisamente el animal más listo de la clase. Pero parece que alguno ha visto en las habilidades de los bóvidos un desafío para sus capacidades.

Las cosas no son tan simples como nos las suelen vender. Lo que tenemos que saber es que en España hay mucho celador y mucho técnico aficionados a disparar, amigos de demasiados gestores jardineros que lo mismo deberían haberse metido a decoradores. Hay mucha prisa por colgarse medallas administrativas y mucho gusto por el carpetazo rápido. Sacar cabras de un islote no es que sea difícil. Lo difícil es enfrentar los estúpidos trámites burocráticos y territoriales innecesarios que nos hemos montado para esto y para todo. Y es más difícil aún ser valiente y poner la moral sobre la mesa. El resultado de este asunto ha sido una gestión infame a través del plomo y la vergonzante comodidad de no hacer ni el esfuerzo de aprovechar la carne. Lo que se juzga no son las cabras en sí. La cuestión es que todo se ha hecho sin la más básica dignidad y sin tener en cuenta la más mínima sensibilidad hacia los animales, subordinando, como de costumbre, la ética al dinero. La decencia al vil metal.

En un diario balear -versión oficial, ya se sabe, sin vaselina- se rubrican artículos con perlas como “Las pendientes hacían muy peligroso recuperar a los animales con vida y mucho más peligroso recoger los cadáveres. Así que enhorabuena a todos los que han contribuido a solucionar este grave problema. Han sido valientes”. Para el vendido y el cobarde siempre es fácil juzgar desde su cómodo asiento, sin despeinarse ni mancharse de barro. Pero resulta que siempre hay quien estaba allí. Ese incómodo sujeto que nos abre los ojos, que toca la fibra y provoca una punzada de vergüenza. Y es que unos pescadores pasaron por la isla el día que hubo fuegos artificiales. Contaron que “No sé qué hora sería pero empezamos a oír tiros y nos dimos cuenta de que venían de la impresionante zona de Es Vedrà. Nos acercamos con la barca y vimos lo que estaba pasando. Yo llegué a ver a cuatro personas con armas. [...] Os puedo asegurar que los desgarradores alaridos de muerte se oían a muchísima distancia. Nos acercamos lo suficiente para ver una cabra cerca de una cría pequeña, que se movía convulsionando sin toda la parte del lomo. ¿Sangre? Por todas partes. Cómo berreaban los pobres bichos“. Algunos dirán que sólo eran cabras como las de cualquier pueblo. Pero las cosas se pueden hacer de otra manera.