viernes, 12 de octubre de 2012

Un nuevo Noventa y Ocho


Alguien escribió una vez que, detrás de cada ideal de liberación, se esconde la ambición de los líderes y el encuadramiento de las gentes. Una mirada atrás en el tiempo siempre nos demuestra que esa frase es una verdad indiscutible que cobra fuerza en estos tiempos, tiempos que navegamos desvertebrados sin tierra alguna a la vista. Tal vez no exista hoy día en el mundo occidental, o aún en todo el globo, un país más desorientado y balcanizado que España. Arrastramos con esfuerzo una estructura geohistórica vendida a caciques regionales apoltronados en el poder gracias a exprimir los sentimientos más primarios de sus pueblos. Se ha renunciado a la unidad y a la hermandad en pro de los desvaríos de las minorías. Hay quien se escandaliza por haber visto recientemente en televisión eventos deportivos secuestrados por actos políticos que ensalzan una terrible uniformidad de pensamiento, algo que no se veía en Europa desde los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Pero ocurren cosas aún más estomacantes: el que suscribe ha podido ver en persona desfiles nocturnos con banderas y niños portando antorchas al mejor estilo de las ideologías de los años treinta. Steven Pinker define la raíz orwelliana de la locura nacionalista: “La idea de que un grupo étnico y la tierra de la que es originario forman un todo orgánico con cualidades morales únicas, y que su grandeza y esplendor valen más que la vida y la felicidad de sus miembros individuales”. Desde hace tres décadas, ciertas regiones españolas están ahogadas en una horrenda “Revolución Cultural” similar a la impuesta por China en el Tíbet o por Mobutu en el Congo. Vivimos en un país raptado por dogmas abstractos y ridículos que no se sostienen por ninguna parte, un país desafiado por las monstruosas ideas de pueblos elegidos y su tierra sagrada: una oscuridad que de forma inexplicable ha ganado la batalla de la dialéctica a nuestra democracia débil, a nuestra injusta geografía asimétrica. La siempre áspera España, el país más viejo de Europa, camina renqueante mientras las hienas no dejan de morderle los tobillos y los buitres esperan pacientes su parte de la carroña. Camina hacia un nuevo Noventa y Ocho. Somos un barco sin rumbo que navega perdido en la marea de la insensatez.