sábado, 16 de mayo de 2020

Nos han robado la primavera

El conocido paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga ha dicho recientemente que "La realidad es que cuanto más acojonado está el ser humano, más dispuesto está también a renunciar a su libertad. Y eso es peligroso. Porque el acojonamiento social se ha utilizado históricamente para recortar derechos". Sin duda está en lo cierto. Tal vez por eso, la otra tarde asistí perplejo a un lamentable espectáculo televisivo: unos enterados contertulios ponían literalmente a caldo a un señor mayor que, irresponsable él, cínico y también un poquito hijo de puta, se había sentado en un banco, ¡en plena calle!; esta acción execrable le convertía, por tanto, en un criminal y un peligro público sobre el que, esperaban, debía caer todo el peso de la ley y, de ser posible, el más severo ostracismo social. El buen ciudadano, el responsable, es ese que se siente culpable por sacar al perro y comprende que, como a los perros, le pongan horarios para salir de casa, y todavía tiene que aplaudir. También es buen ciudadano ese al que no le importa que le mientan todos los días. Ciertamente, el miedo lleva a la sumisión y la sumisión a la infantilidad y el acriticismo.

Históricamente, los españoles siempre hemos sido un pueblo acostumbrado a agachar las orejas y a soportar todo tipo de excesos por parte de los gobernantes, simpaticemos con su signo político o no. Hoy, mediado mayo, llevamos meses aceptando unos recortes brutales de derechos, sin levantar la voz y sin tener la capacidad de hacerlo: porque, sanciones aparte, ese "acojonamiento social" te convierte en un insolidario majadero si tienes la osadía de protestar contra el paternalismo infantil de papá Estado. ¡Ay! de todo aquel individuo que no quiera renunciar a serlo y que discuta las decisiones arbitrarias, incongruentes y cómodas de los expertos, esos expertos que nos hablan por la tele como si fuéramos tontos y que, hasta una semana antes de robarnos nuestras vidas, todavía mentían diciendo que no pasaba nada. Esos expertos que, por el cargo que habían aceptado, tenían la obligación de ser prevenidos y no lo fueron. Pero esa falta de previsión la hemos pagado los demás. La ha pagado el pueblo que, como siempre en toda crisis, ha puesto los muertos y la ruina; un pueblo silenciado y llevado de la manita como un rebaño de inútiles. El populacho obediente de siempre, al que ahora, permítanme la licencia poética, se le ha robado la primavera.