lunes, 19 de octubre de 2015

Colgar la escopeta

Corrían los últimos días de septiembre. El sol se había ocultado tras las altas cumbres desnudas pero aún quedaba algo de luz. El monte cantábrico poblado por hayas y robles se preparaba para su fresco sueño nocturno. El oso -allí a los osos se les refiere sólo en singular, pues se les ve poco- tal vez estaría ya desperezándose para comenzar su andadura, y sin duda los lobos ya llevarían un rato activos. Los venados, por su parte, no habían descansado en todo el día. Era plena berrea y los prolongados mugidos cavernosos de los grandes machos llenaban el monte sin cesar. Los astados buscaban a sus rivales en las lindes de los bosques.

En el tenue morir del día encontré a Jesús caminando por el mismo carril forestal que yo llevaba. Vestía una cazadora de campo oscura, chambergo, mochila negra y pantalones verdes. Nos presentamos y seguimos camino juntos. En la semioscuridad ambos reparamos a la vez en que llevábamos prismáticos y cámaras bridge, ligeras y polivalentes, con buenas ópticas. Obviamente habíamos viajado hasta allí con el mismo fin, disfrutar de la naturaleza bravía que nos queda y contemplar la berrea. Oriundo de una región cercana a aquella vertiente de la montaña, Jesús me mostró algunas de sus fotografías campestres. Tenía guardadas magníficas tomas de lobos, gatos monteses, águilas y ciervos en libertad. Dejaba sin palabras una de sus fotos: una gata montesa, topillera como buena cantábrica, seguida de sus tres cachorros al atardecer.

Al amanecer del día siguiente, después de una hora y media de marcha nocturna, estábamos ya apostados en lo alto de una loma sobre un amplio valle salvaje. Los grandes venados comenzaban a tantearse, a lanzarse valientes desafíos. Con los binoculares descubrimos varios ejemplares de seis, siete y ocho puntas, animales soberbios y magníficos, orgullosos y altaneros. Señores del bosque, los llamaba Félix. La fuerza de la vida latía en ellos y en aquellas montañas.

- Escucha ése. Debe ser un buen tenor.
- Se las tiene que llevar de calle.



Cuando acabó de nacer el día nos movimos a otro apostadero. Durante otro par de horas continuamos observando grupos de ciervos entrando y saliendo de los bosques. Ambos, buenos conocedores de aquellas montañas, notábamos el descenso poblacional de hembras tras la Gran Nevada o Nevona del pasado invierno. A media mañana nos despedimos. A mí aún me quedaba día y medio viviendo en aquel monte pero mi compañero ocasional debía marcharse. Su silueta se perdió cortafuegos abajo. Como siempre el silencio de la soledad me envolvió como un manto de quietud, roto únicamente por la berrea. Al atardecer observé un gran macho tomando un baño de barro negro que le hizo salir azabache brillante, como si se hubiera sumergido en alquitrán. Allí estaba la explicación de ver varios ejemplares extrañamente oscuros durante la mañana. Ahíto de venados, pasé la noche solitaria en una pequeña cabaña, alumbrado con un pequeño fuego de piornos secos. La chimenea tiraba mal. Leí a Sven Hassel a la luz tenue de la débil llama.

Además de naturalista, Jesús era también cazador. De vez en cuando hacía caza menor. Pero había en él algo que esperanzaba. Gracias a la afición que había tomado a salir al campo disparando sólo la cámara, amante de observar a los animales vivos y libres, me confesó que se estaba alejando poco a poco de la caza. No podía ser de otra manera. Era rara avis, uno de esos escasísimos buenos cazadores y, como tal, era inevitable que fuera dejando de lado el plomo. Comprender de verdad la Naturaleza sólo conduce a un camino. No se puede dañar lo que se ama, el corazón lo impide. El hombre bueno no puede más que verse incapacitado para llevar la muerte allí donde sólo hay paz y belleza. 

Cuando nos despedimos nos estrechamos la mano. Rugían los venados, volaban los buitres, cantaban las avecillas forestales. Estábamos rodeados de bosques y laderas, solos en medio del monte cantábrico.

- Me alegro de haberte conocido. Aunque seas cazador -dije con ironía.
- Ya lo seré por poco tiempo -me contestó.
- La propia Naturaleza te hará colgar la escopeta -dije.