viernes, 8 de julio de 2016

Los págalos de Húsey

Conduje durante más de treinta kilómetros por una estrecha carretera de tierra que atravesaba una inmensa llanura amarilla, surcada por los ríos glaciares gemelos de Jokulsá a Brú y Lagarfljót. Llevaba días sin llover en Islandia y mi furgoneta levantaba una gran polvareda a su paso. Imaginaba cómo verían la escena los pájaros desde el aire: un punto blanco y diminuto seguido de una lengua de arena parda sacudida al viento. Viajaba hacia el noroeste de la isla en dirección a las tierras de la granja de Húsey, un lugar aislado en medio de ninguna parte. Cuando la granja apareció en el horizonte creí haber alcanzado el fin del mundo. Por el aislamiento y la soledad pensé al instante en la estación de Kurtz en El Corazón de las tinieblas. Solo que allí no había tinieblas de ninguna clase. Únicamente luz.

El día era caluroso, con casi dieciocho grados. La luz del sol ártico era cegadora y el aire cristalino. El mundo allí era inmaculado e incluso las huellas del hombre(la pista de tierra, la deforestación islandesa) parecían el producto de un equilibrio ético. Bajé del coche para abrir la cancela de acceso a la finca, que lucía orgullosa el nombre de Húsey y una placa redonda y azul con una foca dibujada. Algo más adelante corría desbocado y solitario un hermoso caballo islandés de color negro y más allá se veía la granja: agradables casitas de madera pintadas de azul, con el tejado rojo y ventanas y puertas de color blanco. 



Tiré la furgoneta en el arcén y me eché a andar hacia el norte, en dirección a la desembocadura en el océano de uno de los ríos glaciares. Según caminaba aparecían de la nada correlimos, zarapitos y agujas, aves invisibles en la llanura herbosa hasta que uno casi no las pisaba. A la media hora de andar, a ambos lado del camino me esperaban posados en el suelo dos págalos grandes, figuras negras en el llano, quietos como centinelas silenciosos que guardaran la entrada a algún lugar secreto y mágico. Y realmente lo estaban haciendo. Aquellas grandes aves marinas, los págalos, casi un lejano cruce entre águilas y gaviotas a ojos del profano, levantaron el vuelo al unísono y se dirigieron hacia la desembocadura de la corriente.

El págalo grande(Catharacta skua), llamado skúa en los países nórdicos y skúmmur en Islandia, es un predador grande y pesado que puede vivir más de treinta años y hacer picados hasta más de 80 km/h. Ciertamente parece el cruce entre un ave rapaz y una gaviota. Su rasgo más conocido es su hábito de alimentarse parasitando a otras aves marinas: les arrebatan directamente la comida o las acosan en vuelo hasta que vomitan su captura. Patrullan constantemente áreas de nidificación a la búsqueda de huevos y pollos. En más de una ocasión caminando por playas remotas de Islandia pude encontrar comederos de págalos, con huevos abiertos, restos de pescado y de pequeñas aves. Pero no todo es canalla y bandido en el págalo: de garras palmeadas pero fuertes y con un pico robusto casi a la altura del de las águilas, puede cazar casi cualquier otra ave, incluso cisnes, solos o trabajando en equipo.



Alcancé el río rodeado por varios skúas que volaban cerca de mi. Aparecían de la nada en aquella tierra y aquel cielo diáfanos y con vuelos rasantes, rozando el agua y la llanura mientras gritaban sus “tuc-tuc” y “a-ej” de alarma. Había leído que eran aves muy agresivas con el hombre si se está cerca de sus nidos y que a más de un incauto le habían propinado graves picotazos en la cabeza. Pero ninguno de aquellos págalos, de hasta veinte que me pasaron casi rozando, hizo nada más allá de mostrar la curiosidad que tiene todo animal inteligente y suspicaz. Volaban todos en la misma dirección. 

Caminé por la orilla hacia donde ellos iban hasta llegar a contemplar una de esas escenas salvajes que siempre se recuerdan, uno de esos momentos inolvidables que todo naturalista guarda casi como hitos existenciales: más de cincuenta skúas se habían reunido, posados en un banco de arena bañándose en el río, aleteando furiosamente en el agua, pavoneándose entre ellos con sus grandes alas y sus conspicuas manchas blancas como dos ojos amenazantes. Me senté en el talud de tierra volcánica y desde allí pasé dos horas maravillosas observando a placer a aquellas aves magníficas a través de los prismáticos, deleitándome como un niño con aquella imagen poderosa de vida salvaje. Era un momento mágico, un suceso único. Pocas observaciones en la naturaleza me han impresionado tanto como el contacto con los grandes skúas de aquellas remotas tierras de Húsey.


- Diferentes skúas posados en la llanura amarilla:




- Págalos grandes en vuelo con su característica mancha alar blanca:





- Págalos posados en la desembocadura del río glaciar en el ártico:



- Equipo fotográfico: Canon Eos 600D + objetivo Sigma 18-300mm.