martes, 10 de julio de 2018

Las águilas de Ninilchik

Después de varias horas conduciendo bajo la lluvia, comenzamos a acercarnos a la zona de Ninilchik. El paisaje a ambos lados de la carretera, cíclico como una película animada, se dibujaba como una remota continuidad de rústicas y agradables casas de madera, con pickups aparcadas en la puerta y montañas de cachivaches acumulados junto a los garajes. Entre las casas crecían bosques de píceas de una total naturalidad y de vez en cuando se sorteaban barrancos con ríos caudalosos. Entre las mismas casas, trotaban como mastodontes dos alces negros y enormes. El asfalto corría paralelo al mar, la amplia bahía de Kachemak, que separaba la península de Kenai de las tierras infinitas del oeste de Alaska.

Viajábamos hacia Homer, un pueblo pesquero del sur de la península. Tres años atrás, había conducido por aquella misma carretera, también en un mes de junio y también bajo la lluvia. De casualidad, aquella vez salí de la carretera y me acerqué a un pequeño pueblo dando un paseo. Se trataba de Ninilchik, un antiguo asentamiento ruso. Más allá de la espectacular belleza de la localización, del silencio o de las casas tradicionales sumergidas en un mar de vegetación, me impresionaron profundamente las decenas de pigargos americanos que iba viendo. Pasé la noche allí, aparcado en la misma playa, donde podía ver de un solo vistazo hasta cuarenta águilas que aguardaban con paciencia a que dejara de llover: parecían pescadores huraños y taimados. Era uno de esos momentos que uno puede calificar como único en su vida. Supe que tenía que volver a aquella increíble playa, y pude hacerlo.

Dos operarios retiran un águila
 electrocutada en un tendido
El águila calva (Haliaeetus leucocephalus), también conocida como águila de cabeza blanca o pigargo americano, rozó, como muchas otras especies, la extinción. La persecución de esta especie estuvo motivada por los mismos motivos estúpidos y repugnantes que suelen caracterizar las decisiones humanas para con los animales salvajes: diversión y "protección" de la pesca. Programas de reintroducción y de protección de la especie lograron posteriormente la recuperación del águila calva, y en Alaska y Canadá es especialmente abundante: pueden verse por algunos puertos como si fueran gaviotas, e incluso anidan en el entorno urbano, moviéndose a pie tranquilamente por él como gallinas gigantescas, permitiendo grandes acercamientos.

Cuando llegamos a Ninilchik conduje despacio por el puerto. Vimos varias águilas, tanto adultos como juveniles, posadas estoicamente en la playa, soportando el chaparrón. Seis adultos se agrupaban en un la copa de un aliso, no dejando a los jóvenes compartir su dormidero. Disparé unas cuantas fotos y después condujimos a un campamento a la orilla del mar. En aquel lugar, la lámina de agua se funde con el gris del cielo y a veces es difícil de decir si hay alguna diferencia entre ellos. Me eché a pie y caminé despacio por la amplia playa de cantos azules, cubierta de madera de deriva, huesos de ballena y algas gigantescas. Había muchas águilas, tanto en la orilla como en las colinas boscosas. Sabía que no las molestaba: plantearse aquel reparo, en el que todos los naturalistas debemos pensar siempre, allí era literalmente una estupidez.

Estaba muy nublado y había poca luz: era ese momento en que el "sol de medianoche" se encuentra en su punto más bajo. Caminé por la playa despacio, mirando con los prismáticos y tirando fotos a placer, pero sin prisas. Quería saborear por encima de todo el frío viento del ártico, el contacto de la llovizna en la cara, escuchar el aleteo y los gritos espectaculares de las águilas. Salpicadas por toda la playa aparecían multitud de águilas que, en efecto, gritaban con mucha fuerza. Me senté en un tronco de madera de deriva, protegí la cámara entre las piernas y me limité a observarlas. Había recorrido muchos kilómetros para poder estar allí otra vez, simplemente un rato. Empezaba a estar calado por la lluvia fina. Cuando arreció, me eché la capucha y regresé a la caravana. Sólo podía pensar en si alguna vez volvería a aquella playa de Ninilchik.

Imágenes

- Águila calva juvenil despega bajo la lluvia. Atención al gran tamaño de las garras:



- La excelsa belleza ártica de la playa de Ninilchik era el marco perfecto para que multitud de águilas se agruparan y mantuvieran luchas. Pude observar que los jóvenes no se arredraban frente a los adultos, aunque no parecían compartir dormideros:





- Entorno de la desembocadura del río Ninilchik. En todos los pueblos costeros de Alaska con esta fisionomía, las águilas calvas encuentran acomodo y alimento constante a partir de los descartes de pesca y la basura, además de tranquilidad, ya que instalan sus dormideros en los mismos árboles de la población:




- Si bien esta foto parece tomada en condiciones controladas, se trata, como todas las demás, de un águila salvaje. Simplemente se había decidido por un posadero muy incómodo. Le costaba mantener el equilibrio:


- Varios ejemplares adultos descansan a la orilla del mar: