lunes, 19 de agosto de 2019

Botas de montaña

Ando leyendo Leñador, de Mike Wilson, libro de la colección "Libros salvajes" de Errata Naturae, muy apreciada editorial de todo naturalista lector que se considere como tal. Leñador no es una novela, sino una especie de recopilación documental, enciclopédica y minuciosa, sobre cualquier cosa que a uno se le ocurra que pudo haber o suceder en un campamento de leñadores en el Yukón a mediados del siglo pasado: empezando por la descripción del hacha, el tronzador y otras herramientas propias del oficio, se detalla desde la fauna y la flora hasta los diferentes tipos de nubes, las constelaciones o el ajedrez, pasando por cómo preparaban los leñadores la pasta de dientes, las letrinas, el jabón o el sucedáneo de Guinness que bebían todas las noches después de la faena. Más que un libro al uso, Leñador es un instrumento de cultura general, conocimiento, curiosidades y aprendizaje. 

Acabo de leer hace un rato un pasaje que me ha recordado cierta curiosidad que hace tiempo quería escribir aquí y terminé olvidando. El pasaje en cuestión se llama Botas y evidentemente nos describe la importancia y utilidad de las buenas botas de montaña de los leñadores. En un punto dice "la mayoría de las botas que se utilizan en el campamento son de fabricación local y tienen una vida útil de tres meses". Más adelante reincide "... debido a la naturaleza de la labor, a pesar de un muy buen cuidado diseño del calzado, las botas no suelen durar en condiciones adecuadas más de tres meses, y se recomienda por tanto su reemplazo periódico"; concluye diciendo que "He perdido la cuenta de cuántos pares he calzado desde mi llegada".

Yo no cambio las botas de campo cada tres meses, pero han sido raras las que me han llegado incólumes al año y medio de vida. He tenido varias Chiruca, Lowa, Bestard y Quechua, entre otras. En ninguna de ellas el gore-tex del interior ha mantenido la impermeabilidad más de unas pocas salidas al campo y todas terminan calando más o menos, sin poderte fiar de ellas en invierno. A algunas se les termina separando poco a poco la suela desde la puntera, y hay que cambiarlas entonces para que no arrastren al resto de la suela justo cuando estás en el quinto pino. No he encontrado diferencia alguna entre las famosas suelas Vibram y una suela sin apellido pero bien diseñada. Al final creo que, como en todo, hay mucha marquitis e invento gratuito.

Pero a lo que iba. Decía que un par de buenas botas me vienen durando alrededor de un año o año y medio, bastante más que a los leñadores cincuenteros del Yukón. Yo no vivo en el Yukón, claro, aunque tengo el privilegio de pasar muchos días al año en el monte y hago cientos de kilómetros por terrenos ásperos y difíciles. Hace un tiempo, curioseando por internet recomendaciones de botas, llegué a un foro de montañeros en el que estaban llevando a cabo una brutal campaña de desprestigio contra la compañía Chiruca: indignados, mostraban reportajes fotográficos en los cuales sus botas, normalmente con siete, ocho o hasta diez años de uso según contaban, se rompían, se descomponía la suela, les pasaba esto o lo otro. Me hizo cierta gracia. En internet la gente puede ser muy fiera y algunos lo eran. Ojalá hubiera encontrado yo alguna vez unas botas de monte que me duraran siete años para poder quejarme y reclamar.

La verdad es que no sé muy bien cómo concluir este artículo. Simplemente, me pareció curioso aquello de que a los pobres chicos las botas les duraran sólo siete u ocho años. Curioso y digno de comentar. Que a mi me duren las botas tan poco tiempo me parece, en cambio, algo bueno. Me dice que paso mucho tiempo en el monte y que, por tanto, algo estoy haciendo bien en esta vida.