Hace un par de meses llegó a mis manos un pequeño libro de
tapas color mostaza y letras blancas. Se titulaba “El Alcántara en la
retirada de Annual”, escrito por Antonio Bellido Andréu y editado por el
Ministerio de Defensa. Podía considerarme afortunado, dado que la única edición
que existe se reduce a mil ejemplares. En la portada, también en mostaza y
blanco, aparecía una ilustración del regimiento de caballería Alcántara cargando en Marruecos allá por
1921. El libro fue un regalo de un familiar militar ante mi interés por la
historia de España y la extrema dificultad que existe hoy para encontrar
material sobre temas como las guerras Carlistas, de Filipinas o del Rif. Las
estanterías de cualquier librería rebosan títulos sobre la Guerra Civil , siempre útil
y de moda, pero parece que aquellos otros conflictos jamás existieron pese a
haber sido escenarios tan trágicos como abnegados y sobre todo, etapas
fundamentales que han conformado -que no forjado- nuestro actual perfil
colectivo. Sucesos que se muestran como imprescindibles para entender el vendido y canalla reino de taifas en el que vivimos. En este contexto, la historia del regimiento Alcántara en el Rif de 1921 es de esas que hacen que uno cierre el
libro y se pare a pensar, a reflexionar, sintiendo un escalofrío.
Recuerdo que en instituto estudié someramente el Desastre
de Annual. No se me olvida que en el libro de historia apenas se le dedicaban un par de párrafos. Nuestro profesor, Ceferino, fue todo un ejemplo de
profesionalidad y nos habló largo y tendido sobre el tema, ampliando el contenido lectivo entonces que todavía
se podían enseñar libremente estas cosas sin que nadie le tildara a uno de
falangista para arriba. Además de la impresión del escabroso relato, ya comprendí que
aquella cruel derrota fue una dolorosa expresión de la desidia, corrupción e incompetencia
de nuestros dirigentes, de las que nunca escarmentamos. El escenario de aquello fue el
desierto del Rif, protectorado español en Marruecos. En 1921, el general
Silvestre llevó a cabo un incruento y amplio avance sobre territorio rifeño
ocupando posiciones y pactando con las tribus, estirando tanto las líneas que
los soldados, mal armados, adiestrados y equipados quedaban desperdigados en
puestos aislados sin agua ni protección. Ante tan jugoso panorama, teniendo
delante un enemigo desmoralizado y disperso, el líder rifeño Abd- el Krim
levantó a sus tribus y comenzó el desastre.
Cayeron primero las posiciones de Abarrán e Igueriben.
La harka de dieciocho mil rifeños llegó al indefendible campamento de
Annual donde se acantonaba la principal fuerza española. Desde allí el mando hispano organizó
cuidadosamente el repliegue hacia los fuertes de Ben Tieb y Dar Drius
en dos columnas. Pero al poco de abandonar la posición, cuando comenzaron los
disparos, cundió el pánico entre la desmoralizada tropa y cada cual huyó como
pudo. Debieron sentir que aquel no era su sitio, que aquello no merecía la
pena, que les habían empujado a un matadero sin sentido, y trataron de escapar de la escabechina. Los soldados corrían
seguidos de los oficiales, mezclados todos con las mulas y furgones de carga entre
las nubes de polvo del desierto. Los rifeños tiraban al montón y remataban a
los heridos que viajaban en camilla dentro de los camiones. En medio de aquella carnicera desbandada apareció al galope el regimiento de caballería Alcántara, vestidos de verde y con sombreros de ala ancha, que en
sucesivas cargas contra las oleadas de espingardas y turbantes rifeños consiguieron cubrir
la retirada de los hombres que iban quedando vivos: un destello de sacrificio y
coraje en medio de la imagen trágica de aquella alienada aventura colonial. Se
dice que pese al agotamiento, los soldados de la unidad llegaron a cargar al paso, dejando tras de ellos un reguero de
hombres y caballos caídos. El Alcántara
pagó muy cara su heroica intervención: de los seiscientos noventa jinetes que
lo componían, sólo sobrevivieron sesenta y siete. Pero fueron simplemente unos cuantos números más dentro de la abultada estadística de ocho mil soldados españoles que quedaron tendidos en el desierto
del Rif durante aquel desastre.
Una vez terminé el libro, impactado por un drama que
los políticos de todo pelaje nos han quitado de la enseñanza, como tantas otras
cosas, busqué en Internet más obras sobre la Guerra del Rif. De casualidad llegué a
una noticia de esas que a uno le dejan perplejo: tanto o más que el propio
Annual. No podía ser verdad, pero el hecho aparecía en demasiados medios como
para ser falso. Varios periódicos digitales recogían que la Ministra de Exteriores
que ejercía como tal en 2011, esa que previamente suspendió(y nunca aprobó) dos
veces el acceso a la escuela diplomática, pidió perdón públicamente a Marruecos
por la guerra acaecida hace noventa años, indemnizando además a ese país con cien
millones de euros. Una jugada abyecta para beneficiar empresas e intereses privados,
a costa de arrojar una desvergonzada palada de tierra sobre aquellos hombres, sometiendo
a los muertos del Rif a una segunda y peor humillación. El debate posterior no levantó más que risas y chistes en el Congreso. Ante semejantes tropelías se antoja cínico juzgar el pánico y la huida de los aterrados reclutas en la
retirada de Annual en la que finalmente todos, a millares, murieron. Qué pensarían los jinetes del Alcántara si hubieran sabido lo que un siglo después iban a hacer con su memoria. Cabe
plantearse si la señora exministra habrá leído alguna vez textos como los relatos de
Arturo Barea, testigo superviviente de la tragedia. Es de suponer que no. Deben ser
algo demasiado real para su florido mundo de bolsos y civilizaciones
de diseño:
“Aquellos muertos que íbamos encontrando, después de días
bajo el sol de África que vuelve la carne fresca en vivero de gusanos en dos
horas; aquellos cuerpos mutilados, momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos y
sin lengua, sin testículos, violados con estacas de alambrada, las manos atadas
con sus propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin piernas, serrados en
dos. ¡Oh, aquellos muertos!”