lunes, 22 de agosto de 2016

Zorros de verano

Amanecía despacio sobre la amplia región de parameras entre Sigüenza y Medinaceli. Tierra de clima continental extremo, en pleno agosto la temperatura había bajado de noche hasta los ocho grados. Me encontraba sentado bajo una pequeña encina haciendo una espera, mirando con los prismáticos, cubierto con una red mimética. Al otro lado del barranco se encontraba una madriguera de gato montés que había controlado al amanecer y al atardecer unos meses atrás y donde había tenido un inolvidable contacto directo con esa especie tan difícil de ver. Conduje hasta allá de nuevo en lo peor del estío para ver cómo evolucionaba el felino, si había criado, o al menos si seguía por allí. Pasó el tiempo desde la semioscuridad hasta la salida del sol, que iluminó perfiles y relieves como un pintor detallista, sin que el esquivo depredador quisiera mostrase.

Sin embargo, dos hermosos zorros me tuvieron entretenido durante todo el aguardo. Había visto a uno de ellos con la primera luz tenue, buscando ratones en un trigal: parecía una zorra, y era delgada, alta, con muy poco pelo. La llamé para mis adentros “Pataslargas”. Poco rato después apareció otro ejemplar muy diferente. Parecía un macho y se le veía mucho más sano y fuerte, y conservaba un pelaje lustroso; él se llamó “Colanegra”. Aunque los animales salvajes en el monte parecen iguales, con el tiempo y la experiencia se aprecian las más mínimas diferencias físicas en ellos que permiten diferenciarlos. Durante toda la mañana observé sus correrías por separado: la caza en los trigales segados, el correteo por las colinas, el olisqueo bajo las encinas en busca de ratones, el caminar furtivo por la carretera en busca de alguna carroña atropellada. Sus territorios se solapaban. Era evidente que formaban parte del mismo grupo familiar.


Pocos animales hay tan gratificantes de observar para un naturalista como el zorro. Además de abundante y sencillo de rastrear, no deja de tener ese cariz mágico que tiene todo depredador. Luce también esa inigualable belleza que otros carnívoros no tienen. Pese a que rara es la salida de campo donde no se ve algún zorro, nunca se puede cansar uno de observarlos en silencio y de verles a la carrera, esa carrera rápida del que se sabe odiado y perseguido, pero que aun así se permite, muchas veces, la travesura de darse la vuelta y mirar por última vez al ser de dos patas que ha aparecido en el camino. Ese regalo que te hacen, ese obsequio de ver la mirada inteligente y suspicaz de esos bellos ojos ambarinos.

Imágenes

- Ya entrada la mañana, sufriendo el calor, Pataslargas cruza sin cuidado el trigal recién segado:



- Una hora antes, Colanegra llegó a pasar a cinco metros de mi escondite. Observó la silueta cubierta dibujada bajo la encina y algo no le gustó. Emprendió una furiosa carrera ladera abajo para volver a aparecer al poco rato:




- Minutos después el animal reaparece en la estrecha carretera comarcal, buscando sin duda restos de animales muertos o esperando dar caza a reptiles que se acerquen al asfalto para solearse. Realizó esta acción dos días seguidos, por lo que puede deducirse que lo tiene interiorizado como una pauta de alimentación.


- Muchos depredadores solapan sus senderos de caza y sus territorios. En la imagen inferior, Colanegra sobre un paso de gato montés:


- Este otro ejemplar diferente, no lejos del territorio de Pataslargas y Colanegra, se queda dormido sentado, como los perros, con el primer sol de la mañana:


- Después de ser despertado por el grito estridente de un arrendajo, el joven zorro persigue lagartijas y aprovecha para marcar el camino:



... un último verano

Pero la vida no es tan idílica como muestran unas pocas fotografías. Para muchos zorros su primer verano es el último. En varias Comunidades Autónomas, a mediados de agosto comienza la llamada "media veda", una vergüenza administrativa inventada por y para indecentes que consiste, ni más ni menos, en permitir disparar a algunas especies de animales, todas ellas aún en período de cría, sólo para que los cazadores alivien su ansia de matar. El zorro, por supuesto, también está en el infame punto de mira. Después de unos meses de tranquilidad la muerte vuelve a la naturaleza, se escuchan disparos lejanos, estampidos desagradables, y sabes que detrás de cada tiro va una muerte gratuita, una muerte por diversión.

Aguzad vuestros sentidos, zorros de verano, ¡estad alerta!. No confiéis en el hombre, huid de los ladridos, soportad el miedo. Envolveros en vuestra cola de seda. No salgáis de vuestra madriguera: porque ya los canallas han salido de la suya con las escopetas ávidas de muerte.