lunes, 23 de abril de 2012

De elefantes y lobos

Nunca un animal había sido tan famoso en España como lo fue ese elefante. Bueno, tal vez sí, tal vez Islero, el toro que mató a Manolete, protagonizó semejante cantidad de portadas. El caso es que a todo el mundo impresiona la visión de un elefante muerto apoyado contra un árbol. A mí el primero. No sorprende que hasta de debajo de las piedras salieran abnegados defensores de los animales criticando una imagen tan grotesca. Los medios de comunicación se despacharon a gusto con la carroña del pobre paquidermo para llenar sus sesudas tertulias y soliviantar al populacho. De las llamadas redes sociales ya no digamos. Incendiadas. Pero bueno. En el fondo, siempre agrada ver tanto ecologismo espontáneo, tanto compromiso con los animales. La defensa de la Naturaleza llegaba por fin a los sabios de barra de bar y, peor aún, a la juventud libertaria y gafapasta. Mira que matar un elefante. A un dumbito, caray. Que son tan monos.

Buceando un poco entre las toneladas de opiniones vertidas en cualquiera de estos debates insustanciales se podían encontrar puntos de vista ajenos al predominante ecologismo teatrero y oportunista. Había por ahí quien decía que aquel elefante era un ejemplar viejo, perteneciente a una reserva donde el aumento de la población de estos animales provoca una excesiva presión sobre el medio. Recordemos, para los neófitos, que los elefantes comen mucho y no tienen enemigos naturales. Parece que población dentro de algunas reservas crece demasiado. Debido a ello se ve que se establecen descastes, o lo que es lo mismo, cacerías organizadas para mantener el equilibrio ecológico: y hay gente que paga por el derecho de ir a matar a un elefante. No entro en si la necesidad de permitir tal cosa es producto de una errónea gestión ambiental, ni tampoco en considerar la sangre fría necesaria para apretar el gatillo. Pero según dice algún primitivo y anquilosado monárquico de esos, aquel elefante fue víctima de un descaste. Un descaste igual a los cientos que se organizan cada año en España para limitar las poblaciones de nuestros grandes herbívoros, que entre otros animales, caen tiroteados en tales cantidades que suelen hacer falta varios camiones para transportar tantos cadáveres.

Porque aquí también tenemos nuestras historias de animales y escopetas, de pólvora y muerte, para dar y tomar. Historias contra las que jamás verán indignarse a defensores de elefantes botswaneses, ni a antitaurinos, ni a ovolacteovegetarianos, ni a ningún otro tipo de neoecologista de esos que sin haberse pisado nunca el campo se les hincha la vena a la mínima. Permítanme que les cuente una de esas historias. Una de animales muertos. O que van a morir. Advierto que es una historia triste.

Parece que fue en el año 2008. Una manada de lobos entró en la provincia de Guadalajara a través de Segovia, saltando las montañas. Apenas unos años antes otro grupo cruzó el Sistema Central buscando en las sierras alcarreñas un hogar. No llegaron siquiera a ser expulsados: se les masacró directamente. Sin embargo, los nuevos lobos que llegaron aquel 2008 consiguieron alcanzar parajes lo bastante tranquilos como para no llamar la atención y contra toda esperanza, llegaron a criar. Después de más de sesenta años, volvieron a verse en Guadalajara lobeznos correteando torpemente a la entrada de alguna cueva. Esa bravía naturaleza recuperaba uno de los símbolos que nunca debió perder... pero la presencia de los lobos terminó por ser conocida. Algún ganadero denunciaba ataques al ganado. Ocurre que los ganaderos de hoy en día, salvo excepciones, no son como los de antes. Ahora un hato de cabras o un grupo de vacas con sus terneros se puede tirar meses solo en el monte como animales salvajes más. Cuando al dueño le da por subir a verlos puede pasar que falte algún ternero o algún cabritillo. La indignación se hace presa de ellos: los malditos lobos. La rabia corre de boca en boca. Nunca se baraja la opción de que el ternero se haya despeñado(algo común) o de que las ovejas muertas hayan sido presa de perros abandonados y asilvestrados(cosa frecuente). Nadie quiere asumir las soluciones que promociona la administración, como adoptar un mastín que cuide de los rebaños y evite los ataques. Es que un mastín cuesta un euro de pienso al día. Y las justas indemnizaciones llegan tarde.

Como era de esperar, comenzó la pesadilla para los lobos alcarreños y se empezaron a ver ejemplares muertos. No se ha constatado reproducción en 2011, seguramente porque la loba reproductora, madre su futuro, habrá sido uno de los individuos finados. Hubo otro lobo muerto, con probabilidad de la manada oriental, por la vecina “Sierra Pobre” de Madrid. Recientemente, por las mismas fechas que el episodio del elefante, apareció otro cadáver en Guadalajara. Esos, que se sepa. Y escarbando. Pero no pasa nada: en España matar a un lobo sale muy barato, casi tanto como quemar un bosque. Cuando no directamente gratis. Los lobos que han llegado a Guadalajara, pese a disponer de un hábitat insuperable y estar protegidos, es más que probable que tengan ya los días contados. Se han dado de bruces con la ignorante falta de sensibilidad de la población y con la desidia de las administraciones. Caerán poco a  poco, tiroteados o envenenados, y alguna cabeza disecada adornará el bar de algún pueblo como ocurrió con la manada de hace diez años. Nadie se hace eco del problema.

O casi nadie. Algunos lobos cruzaban las montañas buscando alimento y se movían por las estribaciones orientales de las montañas de Madrid, o interactuaban con ejemplares itinerantes que llegaban de Ávila. Se les dedicó un programa en la televisión autonómica madrileña: la presentadora se dirigió rauda y veloz a la zona cero, frunciendo el ceño, para cubrir el conflicto lobunoganadero e informar al ciudadano del drama como haría un reportero de guerra al encaminarse a territorio comanche. El programa era una buena oportunidad, insuperable, para defender al lobo. Pero pese a entrevistarse con científicos, naturalistas y ganaderos, me dio la impresión de que no hubo un solo minuto del espacio en que la protagonista no preguntara, como una niña en el cole, “¿Y es peligroso el lobo?” “¿Y a usted le da miedo el lobo?” reduciendo la figura del Canis lupus a una infantil cantinela absurda. Un esperpento. Parece que nadie le dijo, ni siquiera el científico responsable de la investigación de estos lobos, que le acompañaba, que no existe ningún ataque documentado de lobos salvajes a personas en España. Pero la realidad es una cosa y las explotables creencias populares, otra.

Porque los lobos no son como los elefantes. Los lobos no le caen bien a nadie. Se estima que de una población peninsular de unos mil quinientos lobos, los cazadores abaten cada año a más de doscientos. Nadie incluye en esa cuenta a los que mueren envenenados o a manos de furtivos. Se puede llegar a unos cuatrocientos lobos muertos anualmente, la mayoría de forma ilegal. Justo el límite de su capacidad de regeneración. La prensa no se hace eco de esta sinrazón, que en cualquier otro país sería un escándalo. No se educa en el respeto al lobo. No es un símbolo, como el lince o el oso, porque el lobo ibérico no vende. Los grupos ecologistas no presionan lo suficiente. Y lógicamente, los defensores de elefantes que mueren a ocho mil kilómetros de España nunca han protestado, ni protestarán, contra la muerte de nuestros lobos. No trasciende ni un tweet, ni una columna de opinión, ni un programa de televisión digno, ni una denuncia. Nada. Los lobos no le importan a nadie. No son tan entrañables como los elefantes. Tal vez habrá que esperar a que protagonicen una película de Disney, o mejor todavía: esperar a que el Rey mate a un lobo alcarreño para que todos nos convirtamos, de la noche a la mañana, en amigos del lobo.