sábado, 1 de agosto de 2020

Cobardes que no se miran al espejo

Alguna vez he escrito aquí que la culpa de que algo vaya mal no la tienen los malvados de turno, sino los cobardes que no hacen su trabajo. Todo lo que piden a cambio es que algún vendedor de crecepelo les de una palmadita en la espalda y les haga sentirse importantes. Charlatanes con sus putitas obedientes, si me lo permiten, chiringuitos sostenidos por gente que traicionaría a su madre por un plato de lentejas. Llevo pocos años cerca del mundo de la conservación de la naturaleza y ya he visto eso en suficientes ocasiones como para no sentir sino desprecio por todos esos con responsabilidades o influencia en medio ambiente, ya sea en las administraciones públicas o en oenegés, que no hacen lo que tienen que hacer. Pero así funcionan las cosas, aunque nadie lo diga. Hoy he leído dos fascinantes noticias que son buena muestra de este cinismo. La primera parece un chiste: la Sociedad Española de Ornitología (SEO) ha llegado a un acuerdo con Endesa y Naturgy para colocar parques eólicos en hábitat del urogallo, con un pacto cuyos términos son "confidenciales". No hace falta ser un lince para saber que retramitarán los parques y reescribirán a gusto del consumidor los informes de impacto ambiental, además de soltar pasta para los centros de cría en cautividad del urogallo, proyecto que, como todos con esta especie ya muerta en vida, ha sido un fracaso, desaconsejado además por expertos que no cobran y por científicos independientes.

La segunda feliz noticia de hoy reza que el Gobierno de Cantabria ha decidido abatir treinta y cuatro lobos, en su extensísima provincia, para los próximos doce meses. Como siempre, habrá quien diga que ese plan sangriento está científicamente justificado y se ha realizado basándose en el seguimiento particularizado de cada manada de lobos, documentando reproducciones, juveniles que salen adelante, tasas de mortalidad natural y no natural, bajas por atropellos y caza furtiva, entre otros factores demográficos del lobo. Algo sé de lobos, no mucho, pero lo suficiente como para saber que, cuando lea ese plan técnico, me va a gustar tanto como los que hacen Asturias o Castilla y León, y seguro que es tan profesional como la protección del lobo en Guadalajara. En lo último que leí sobre el lobo en Cantabria, ilustres investigadores como Blanco o Palomero hablaban en un periódico sobre su fantástica población, con "diez o doce manadas" y "más de cien ejemplares". Desconozco si alguien más se ha dado cuenta, pero siempre que algunas personas hablan públicamente de lo bien que le va al lobo en ciertos sitios, al poco tiempo se presentan planes administrativos basados en controles letales, como en Asturias y Castilla y León, o bien los lobos desaparecen misteriosamente, como en Guadalajara. Supongo que debe tratarse de una casualidad.

Lobos y urogallos son dos especies tan emblemáticas como escasas, siempre en condiciones precarias y, curiosamente, con mucha gente mamando de su teta. Tras leer estas dos noticias de hoy, me pregunto si todos los socios de la SEO estarán de acuerdo con que, al final, vaya a destruirse hábitat del urogallo por intereses empresariales y privados, con la connivencia de su asociación. ¿Habrá desafiliaciones masivas? ¿Dimisiones? ¿Condena pública? ¿Saldrán a la luz todas las ramificaciones de ese acuerdo "confidencial"? ¿Sabremos en cuántos otros asuntos se han bajado los pantalones? No, claro que no. Acabáramos. Y en cuanto a los lobos cántabros, tras acordar matar treinta y cuatro en un año, ¿habrá alguna declaración pública y unitaria de todos esos científicos expertos en lobo, donde condenen sin paliativos esta decisión criminal que va a detener la expansión de la especie? ¿Los técnicos o agentes de medio ambiente denunciarán el plan? No, tampoco. Ninguno dirá nada, como siempre, menos aún por los lobos que por los urogallos. Ah, señores. Cuánta desazón, menuda sensación de asco. Estómagos agradecidos. Mentirosos. Y cobardes, sobre todo cobardes. Lo que de verdad me asombra es esa capacidad que tienen algunos para ponerse por las mañanas frente al espejo y no pensar nada sobre el cobarde que tienen delante.