domingo, 10 de abril de 2016

De calamitas y pelobates

Más allá de la presilla poblada por galápagos y azulones, las charcas de aquella hondonada de la dehesa me parecían demasiado sucias por el ganado como para que las poblaran anfibios. La primera noche que salí a buscarlos, una noche de abril, era además fría y llevaba varios días sin llover. Pero allí estaban. Los primeros en aparecer fueron los gallipatos(Pleurodeles waltl), varios de ellos quietos, estoicos en la orilla como pequeños caimanes al acecho. Otros se mantenían estáticos en el agua, cerca unos de otros a la manera de los tritones. Aguardaban la caída de pequeños insectos, el despertar de los renacuajos de otras especies o el rodar de cualquier tipo de carroña a las aguas someras. El más espectacular de todos aquellos gallipatos, el mayor y más predador de todos nuestros urodelos, estaba escondido en una profunda grieta en el granito, reptando por su húmedo interior con toda la apariencia de un dragón mitólogico.

Gallipato en el agua:


Gallipato escondido bajo un roquedo, a más de veinte metros de la charca. Vista general y detalle de cabeza y mano:



Calamitas y pelobates

En las primeras jornadas de la cambiante primavera un día llovió, y al otro hizo calor, y la consecuente noche húmeda y templada llamaba a salir de bicheo. La lluvia del día anterior había hecho efecto y según nos acercábamos a las charcas de la hondonada subía, como a través de un amplificador, la serenata nocturna de los sapos. Los sapos corredores cantaban a la luna con un riiic-riiic-riiic fuerte e incesante, muy contrastado con el gallináceo co-co-co-co del sapo de espuelas.

El sapo corredor(Epidalea calamita) era con mucho el anfibio más abundante de aquella dehesa paradisíaca. Aparecían por los caminos con los característicos andares apresurados que le dan nombre, pues sus cortas patas traseras le impiden saltar como otras especies de anuros. De encantadores ojos verdes y una gran variabilidad en sus patrones de color, todos enfocados al camuflaje, los pequeños calamitas pueden vivir más de doce años.

Distintos patrones de color en el sapo corredor:





Espectacular camuflaje en una roca con musgos y líquenes. La confianza de los corredores en su cripticismo es capaz de dejar en evidencia a animales como la becada, la liebre o el cárabo:


Corredor cantando:


Reunidos en torno a la charca, los cánticos culminan en varios apareamientos por amplexo:


En aquella dehesa, más difícil de encontrar que el sapo corredor era el sapo de espuelas(Pelobates cultripes). Más grande y robusto, sin glándulas parotoideas, con piel mayormente lisa y una característica pupila vertical. El espolón córneo de sus patas traseras, que le da nombre y le sirve para cavar hacia atrás era toda una virguería natural. Mucho más escaso que el sapo corredor, en tres noches de rastreo se podía establecer un ratio de veinticinco calamitas por cada Pelobates en la dehesa.

Viejo ejemplar con un exótico diseño verdiblanco, encontrado muy lejos de la fuente de agua más cercana:


Sapo de espuelas con un bonito patrón de color pardoamarillento, encontrado en su hábitat predilecto de arenas removidas. Inconfundible pupila vertical:


Hoy en día los anfibios enfrentan varias amenazas, todas derivadas de la acción del hombre: pérdida de hábitat, actividad en zonas sensibles, contaminación y diversas enfermedades. Prácticamente se encuentran en la base de la pirámide ecológica, puesto que pese a ser incansables devoradores de insectos también juegan un importante papel como presas. Sufridores constantes de absurdas leyendas(no, no escupen veneno, ni contaminan el agua, ni ninguna otra majadería), muchas veces han sido perseguidos sólo por lo que el hombre superficial considera fealdad. Ya decía Félix que mientras el halcón o el leopardo desaparecían por su belleza, al sapo se le aniquilaba por feo.

Pero a cualquiera que sepa mirar, anuros y urodelos le parecerán, en cambio, animales de gran belleza. Formas caprichosas, maravillas de la adaptación cargados de habilidades e individualidad. Hay cierta honestidad en su vivir de seres torpes, lentos y desvalidos; una humildad que no debería sino despertar nuestras conciencias.