domingo, 18 de febrero de 2018

Aquel viejo lución

Crucé el puente de hierro, rígido sobre las aguas opalinas de la garganta. Era una mañana fresca de mayo, en las zonas bajas del macizo central de Gredos. Rugían las aguas, cantaban las aves de la ribera, sonaban los cencerros de las vacas. Caminaba hacia las montañas con ánimo, con ese nerviosismo del que sabe que va a encontrar alguna maravilla, que va a llevarse irremediablemente algún recuerdo imborrable. Parece que Gredos hubiera sido hecha para eso. Aun al escribir estas líneas siento una leve emoción, pues es tal el embrujo y el encanto que tiene sobre mi la Sierra de Gredos, que hablar o escribir sobre las experiencias vividas en ella es casi como relatar un sueño. Sus aguas eternas, sus soledades y silencios, las siluetas de sus gigantes y sus profundas sombras.

En su día empecé a viajar a Gredos para "hacer montaña": subir picos y crestas, remontar valles glaciares, emborracharme paisaje y de viento. Hoy, sin embargo, amanezco allí sin otra intención que caminar tanto como pueda, vagar y bichear sin objetivos definidos, simplemente dejando que las botas me lleven por las zonas más remotas y al ritmo que me permitan los abundantes animales que me salen al paso.

Me detuve en los antiguos praderíos previos al caos de rocas de la garganta, casi sin quererlo, entretenido como un niño en observar y fotografiar a los abundantes lagartos ocelados y lagartijas ibéricas que me encontraba soleándose en los viejos muros. Había muchos, ejemplo claro de la proverbial gran biomasa animal de Gredos. Los lagartos parecían tranquilos y confiados, pero eso no era más que un órdago que se tiraban. Porque al rebasar la invisible distancia de seguridad se escabullían, rápidos como el viento, entre los huecos de las piedras que tan bien debían conocer.

- Diferentes lagartos ocelados (Lacerta lepida) tomando el sol a primeras horas de la mañana:




- Macho de lagartija ibérica (Podarcis guadarramae) luciendo su espectacular librea leopardina:


- Lagartija colilarga (Psammodromus algirus) cargando un puñado de garrapatas sobre el brazo derecho:


- Macho en celo de lagarto verdinegro (Lacerta schreiberi). Esta especie prefiere sotos y riberas, lugares más húmedos y sombríos que el más adaptable lagarto ocelado. Algunos machos en su plenitud de facultades lucen exóticas y grandes cabezas con colores de azul fuerte como el índigo intenso; al macho de la fotografía todavía le queda cierto recorrido:


- Rana patilarga (Rana iberica), habitante típico de la Sierra de Gredos. La he encontrado aquí en los cursos de agua más insospechados, incluidos altos torrentes en berrocales sin reparo vegetal. Fácilmente distinguible de la rana común por su color pardo y la típica banda oscura entre el ojo y el tímpano:



A la hora de comer, cuando ya me encontraba a mil ochocientos metros y en uno de los rincones más bellos que conozco en Gredos, las nubes aparecieron de súbito, como allí ocurre siempre. Dejaron caer una cortina de lluvia fina durante algo más de una hora. Trepé por las grandes rocas hasta encontrar una que me servía de techado y me senté a almorzar. Tenía una amplia vista de la hoya verde atravesada por el torrente. Pacían allí multitud de cabras hispánicas y reinaba un gran silencio. Realmente parecía una imagen de otra época, tal vez Gredos como nunca debería haber dejado de ser.

Por la tarde, caminando de regreso, tuve la sorpresa del día. Nunca me había molestado en buscarlos, ni me había topado casualmente con uno de ellos; pero sabía que los luciones, también llamados lagartos de cristal, habitan los prados húmedos, a los que salen al atardecer en busca de lombrices y caracoles. La vista se me fue sin quererlo hacia aquella extraña forma cobriza, demasiado corta para ser una culebra, pero muy similar. Me agaché junto a él y no hizo ademán alguno de escapar: no podía huir demasiado lejos, porque el lución no es otra cosa que un poco hábil lagarto sin patas.

- Lución (Anguis fragilis) o lagarto de cristal, probablemente un macho adulto; nótense sus escamas lisas y brillantes y el vientre negro, además de una característica línea parietal. El lución necesita tener tres años de vida para poder reproducirse por primera vez y puede parir hasta 22 crías. En realidad, el comportamiento de esta especie es muy poco conocido. 




Antes de emprender el último tramo de bajada, a través del estrecho senderito que recorría la garganta, me di la vuelta para contemplar las altas cumbres que quedaban atrás y que ese día no había visto de cerca: tapadas por las nubes distinguía La Campana, los Tres Hermanitos, el Perro que Fuma y el Casquerazo. Menudos nombres, pensé, tan personales y hermosos como la propia sierra. Nunca había subido a ninguno de aquellos picos, y ya seguramente jamás lo haría. Pensé que el tiempo para haber hecho eso ya pasó. ¿Cómo poder subir ahora hasta aquellos eriales alpinos, sabiendo que bajo los picos se esconde tanta vida, tantas pequeñas criaturas de maravilla?


--Equipo fotográfico: Sony Cybershot DSC-HX300