sábado, 18 de agosto de 2018

Los alces de Alaska

Cuando el disco pálido del "sol de medianoche" roza el horizonte para volver a subir, como si el mismo astro rey no quisiera que se hiciera de noche, se extiende sobre las tundras y taigas de Alaska una suave luz aterciopelada. Comienza entonces el período de mayor actividad estival de los grandes alces noroccidentales (Alces alces gigas). Si bien el alce es genéricamente el cérvido de mayor tamaño, la subespecie que puebla Alaska, el Yukón y la Columbia Británica es la mayor de todas: los grandes machos superan con facilidad los tres metros de largo y los dos de alto. 

Tal vez los rasgos más característicos de los alces, además de sus larguísimas patas y gran corpachón, sean la trompa y la joroba. Estas adaptaciones no son caprichosas, sino que responden a las severas condiciones climatológicas del lejano norte: el largo hocico, casi en forma de trompa, les permite calentar el aire antes de que llegue a los pulmones, y la joroba no es sino una reserva de grasa para las épocas de escasez. Estas peculiaridades físicas dotan al alce de un aspecto primitivo, como de mamífero antiguo, muy diferente de la silueta grácil, elegante y musculada de los cérvidos que conocemos, como el ciervo, el gamo o el corzo.

Después de un par avistamientos fugaces en carretera, la primera noche que pasamos en Alaska este junio de 2018 fue en una tranquila playa, cerca de Ninilchik, en la península de Kenai. Habíamos ido precisamente allí por la belleza del lugar y por la facilidad con que se observan águilas calvas. Estacioné frente a una amplia ensenada herbosa protegida por colinas y, en el momento más oscuro del día, una bonita hembra se acercó hasta el campamento. Podíamos escuchar sus pasos en la tierra húmeda, su profunda y pausada respiración y el rasgar de la hierba cuando comía. Parecía un individuo especialmente tranquilo, tal vez algo habituado. Se dice que no tienen buena vista, pero era imposible que no nos viera allí plantados. Pasamos más de media hora contemplando aquel bello animal, aquella buena hembra que nos regaló su presencia en la primera noche que pasamos allí:





Aunque genéricamente se describe que los alces viven en zonas arboladas próximas a aguas mansas o cursos fluviales, se desenvuelven también con soltura en las grandes extensiones de tundra del centro de Alaska, donde apenas existen árboles, y donde balsas y lagos pueden estar más distanciados. Si bien esta plasticidad puede estar inducida por la alta densidad, durante el verano las áreas abiertas del norte presentan grandes cantidades de alimento: el verano es crítico para que los alces se preparen de cada al invierno, ya que requieren diez mil calorías diarias. Es en estos amplios espacios cuando se ven los alces en todo su esplendor y gran altura, parecidos a caballos monstruosos, como podría comparar algún escritor. En el recorrido a través de la tundra de la Denali Highway buscando caribúesavistamos este mes de junio varias hembras de alce, algunas de ellas acompañadas de sus crías, nerviosas, cómicas y desgarbadas:




Una tarde, en uno de los tramos más remotos de la Glenn Highway, la carretera nos llevaba por un altozano. Un inmenso talud de varios cientos de metros caía hacia el norte, y abajo se extendía una gran llanura cubierta de un espeso bosque de píceas. No era buen lugar para observar nada, pues los árboles crecían apretados, pero un amplio arcén invitaba a detenerse y probar suerte. Bajamos y prospectamos con los prismáticos, detenidamente, las orillas de la multitud de pequeños lagos que cuajaban el bosque. Vimos un destello dorado que se movía, demasiado lejos. Con la esperanza de que fuera un oso que hubiera bajado a beber o refrescarse, dirigimos nuestra vista hacia allí. Sin embargo, no era "más que un alce", pensamos, como si los pudiéramos ver todos los días en nuestras vidas. A pesar de la decepción, no pudimos negar que la distante observación de aquel alce ramoneando algas, metido en el agua hasta la cintura, era una escena de gran fuerza y belleza:


Otro día, a plena luz, detuve la caravana para observar dos pequeñas cabecitas anaranjadas que sobresalían entre los matorrales. Eran, obviamente, dos crías mellizas de alce, que permanecían escondidas. De vez en cuando alguna de ellas sacaba la cabeza como un periscopio y volvía a ocultarla, y sólo distinguíamos el movimiento rápido de sus grandes orejas. Con cuidado, y con una cierta falta de precaución, bajé del vehículo y caminé despacio hacia un arroyo profundo que corría paralelo a la carretera: me parecía evidente que la hembra estaría ramoneando allí. Así era. Apenas a quince metros había una gran hembra, bastante más grande que un caballo. Observé sus orejas: estaban levantadas, no bajas e inclinadas (upset moose, dicen por allí). Permanecía tranquila. Hice una seña a mi madre, que se mantenía en la caravana, para que viniera sin hacer ruido. El alce estaba muy cerca. La observamos un momento, casi al alcance de la mano, y nos marchamos caminando despacio, sin darle la espalda. En ningún momento pareció considerarnos una amenaza pese a lo remoto del lugar:



Si bien el viaje no fue fecundo en "estaciones de espera", lo cierto es que prácticamente todas las que hice culminaban con la observación de algún alce. Una de las últimas buenas observaciones durante el viaje respondió a un macho de gran tamaño, con la cuerna todavía en un bajo estadio de desarrollo, que atravesaba un bosque de píceas. Caminaba tranquilo y cabizbajo, casi melancólico. Dejándonos llevar por la subjetividad, nos inspiraba esa cierta lástima de ser solitario, siendo siempre él mismo su única compañía en aquellas inmensas soledades. Pero así es la vida salvaje:


Aunque a simple vista resulta evidente que el alce es el mayor representante de la familia de los cérvidos, no está de más echar un ojo al suelo para buscar sus rastros: además de las grandes acumulaciones de excrementos que se encuentran por doquier, la gran huella artiodáctila de los alces resulta sin duda impresionante:


Hábitat típico de alces en Alaska: extennes abiertas, con abundantes cursos fluviales, lagos y cobertura forestal. Las imágenes corresponden a los tramos finales de la Denali Highway, cerca del parque nacional del mismo nombre:



Puede ser difícil obtener una imagen más representativa de la fauna de Alaska, o al menos de aquella que es fácil de observar, que la siguiente: un alce sacia su sed mientras una estoica águila calva descansa observándole. Todavía conservamos mucha pureza, todavía pueden verse escenas como esta, de una rabiosa naturalidad, en casi cualquier parte del mundo. No perdamos la esperanza.


- Imágenes tomadas con una Canon 600D con objetivos Tamron 16-300mm y 150-600mm.