jueves, 20 de enero de 2022

Phubbing

Ignorar a la persona que tienes al lado para mirar tu teléfono móvil. Se dice phubbing, combinación de phone (teléfono) y snubbing (despreciar). "Ningufoneo", en español. Hoy en día se trata de un problema social que casi da vergüenza explicar. Mucha gente acepta esto del phubbing como algo rutinario, risible, sin importancia. Sin embargo, yo tengo la mala costumbre de ser educado y amable, de dirigirme correctamente a la gente y atender cuando me están hablando. Digo por favor, disculpe y gracias mil veces. Me gusta conversar, en especial si puedo aprender de las opiniones de los demás -si tienen algo que decir-, y para ello creo que no hay nada mejor que compartir un café, un vino o una comida y deleitarse con el placer de la conversación. En esas situaciones, eso de mirar el móvil me parece la mayor falta de educación y respeto que existe. Implica un desinterés rotundo hacia el otro.

En fin, estoy escribiendo sobre esto porque ha sido la causa de que haya perdido a un amigo. Es una historia un tanto absurda, por si quieren dejar de leer en este punto. Verán: tenía un amigo el cual, pese a que no teníamos mucho que ver, consideraba como un camarada, un hermano, alguien que está ahí. Cosa de quince años de amistad. El caso es que llevaba tiempo soportando su adicción al móvil, que le hacía ignorarme cuando quedábamos los dos solos para atender a su mundo virtual con gesto embobado. Yo le llamaba la atención, él se mosqueaba y guardaba el dispositivo, pero al poco rato la dependencia se volvía siempre demasiado fuerte y desenfundaba de nuevo. En cierta ocasión, le cronometré ocho minutos (cuatrocientos ochenta segundos) sin despegar los ojos del teléfono, conmigo sentado enfrente, supongo que como parte del atrezo. Peatón 1, peatón 2, comensal.

A veces uno deja pasar ciertas cosas por amistad. Obviamente no soy ningún ingenuo y aquello era síntoma de que tal amistad no existía; tal vez fuera un lazo mantenido por mera costumbre y por lo tanto sin sentido lógico. Pero todo tiene un límite: cuando la cosa pasó de castaño oscuro, quedé con el tipo para tomar un café y explicárselo. Invité yo, claro. Educadamente y con toda la corrección que pude, lo prometo, traté de hacerle entender. Me escuchó retrepado en su silla, con los brazos cruzados y el ceño fruncido durante toda la charla. Se disculpó y procuró trabajar en ello, si bien siempre se autojustificó: según él no era para tanto. Lo que en realidad hizo después de aquella última quedada fue dejar de hablarme. Algo que, curiosamente, también tiene un nombre estúpido: ghosting, o cortar por lo sano sin decir esta boca es mía.

¿La moraleja? No sé si esta historia la tiene, tal vez sea demasiado absurda e infantil como para darle importancia, pero es que hoy en día vivimos en una sociedad que no es otra cosa que absurda e infantil, pagada de sí misma. No soy el único afectado, conozco a otras personas que están viviendo situaciones semejantes: locos incomprendidos, defenestrados por unos falsos amigos alienados por una realidad paralela e idiotizante que se lleva en el bolsillo y que les ayuda a abstraerse de su propia vaciedad. Así está la cosa. Pero en fin, a mí no me importa reconocer mis errores y me doy cuenta de que la culpa es mía: tal vez en escoger amigos nunca he sido especialmente hábil.

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