sábado, 20 de noviembre de 2021

El árbol, solo

Siempre he admirado a los árboles solitarios. Secos o lozanos, se alzan como presencias honestas, solemnes, con evidente consciencia de sí mismos. Esos árboles que crecen solos en medio de un claro del bosque, en los sembrados, ese olmo machadiano de la llanura, los pinos silvestres que se asoman a los abismos de las montañas. Pienso que tal vez, en esa soledad, resida su orgullo, su magnetismo, su propia razón de ser. Jean Genet decía que a la más pura y perfecta soledad sólo se llega a través de la traición. ¿Tendrá la mágica soledad de estos árboles un origen comparable? Podría pensarse que, si están solos, deben tener buenos motivos para ello. ¿Habrán sido traicionados, dejados de lado por sus semejantes? ¿Serán árboles solitarios, quién sabe, como consecuencia de la malicia, la envidia, el rencor de los otros árboles? Una lectura romántica de la realidad tal vez podría aventurarnos un sí como respuesta; pero, con los pies en la tierra, sé que la respuesta es no: esas cualidades son patrimonio exclusivo del hombre y sus miserias. Los árboles no saben lo que es la maldad ni la traición. Pero sí que creo que Genet tenía razón.

Pino silvestre, seco y solo, en Galve de Sorbe (Guadalajara)