lunes, 12 de julio de 2021

Saber despedirse

Uno de los rasgos que más detesto en el hombre -y en la mujer- es la cobardía; cobardía no en el sentido de tener miedo, sino de no tener redaños para dar la cara. El recurso fetiche que utiliza el cobarde es desaparecer. Esfumarse. No sé si huir es algo legítimo, pero sí sé lo que es la buena educación: si abandonas, digamos, un proyecto, tienes que mirar a la cara al fulano de turno al que vas a mandar a freír espárragos. Apechugas y se lo dices de frente, aunque te suponga un esfuerzo. Mira tío, esto es lo que hay, lo siento. Lo haces como un hombre, no por lo bajini mandando un mensajito, generalmente para buscarte algo más cómodo, yéndote detrás de otro. Esta falta de educación y de agallas sólo sale a la luz cuando surge alguna dificultad, cuando las cosas no van bien, cuando descubren que defender unos principios o formar parte de un proyecto no siempre es happyflower y puede implicar malos rollos. Entonces se quitan la careta. Escurren el bulto, más pronto que tarde.

Y claro. Para abandonar lo que empezaron, o para dejar tirados a los que han confiado en ellos, estos cobardicas maleducados disponen hoy día de múltiples recursos. Supongo que antiguamente desaparecían mandando una carta o un telegrama. Ahora es más rápido y cómodo: mensajes de texto, de wasap, si acaso una nota de audio, en el mejor de los casos un correo general exponiendo falsas excusas que no se creen ni ellos. Desentenderte de algo no te lleva más de unos segundos: Enviar y adiós muy buenas. Renunciar y despedirse así con personas con las que no se ha tenido apenas relación es entendible, pero cuando ha habido una amistad de por medio, o al menos un atisbo de la misma, ya es otra cosa: ahí, el recurso de pulsar cuatro teclas para tratar de quedar bien es algo propio de un perfecto cobarde. Te vas, vete, pero qué menos que una llamada, caray. Aun así, machote, que sepas que no cuela: todo el mundo sabe lo que ha ocurrido. Quedas como lo que eres. Un mindundi.

Siempre he tendido a confiar en la buena disposición de las personas, especialmente cuando se ofrecen para colaborar en una buena causa. Pero las cosas no son tan sencillas y los cobardes, los pusilánimes y los traidores salen hasta de debajo de las piedras. A la mínima. Si soy sincero, ya lo acepto con resignada indiferencia: la vida es así, la gente es así. No hay que darle muchas vueltas, no merece la pena. Pero sí que hay una cosa que conviene tener clara: hay que asimilar que, en toda nuestra puñetera vida, no nos vamos a encontrar más que un puñado de personas verdaderamente leales.

Para terminar, en ese ejercicio de autoridad intelectual que, innegablemente, otorga el saber y poder recurrir a los sabios, quiero mencionar a Tito Lucrecio Caro, poeta romano, que decía:

"En tiempos de adversidad es cuando

conviene observar a los hombres, las

máscaras se les caen y se muestran 

como son"