martes, 5 de enero de 2021

Un gesto amable

Pedí un Ribera y me dispuse a sentarme, con un buen libro, en una de las mesas de la cafetería. El Parador de Fuente Dé estaba prácticamente vacío: se habían cancelado casi todas las reservas debido a las inminentes restricciones. La consecuente paz que se respiraba allí, a finales de octubre, era casi monástica: el buen hotel, encerrado en la profunda hoya glaciar al final de la carretera de montaña, era entonces un enclave casi feérico. Había un profundo silencio. Me encontraba allí tratando de rascar un último viajecito montaraz a un año mezquino, y pasaría los dos fantásticos días siguientes deambulando por la montaña cantábrica, junto a mi perro, desde el amanecer hasta la noche en rotunda soledad. 

Aquella tarde, cuando me disponía a empezar Sukkwan island -libro que me había reservado para aquel viaje- tomando un vino junto a la ventana de piedra de la cafetería y con vistas a los jardines que se iban oscureciendo, la camarera me indicó, casi susurrando, que el salón estaba vacío y acababan de encender la chimenea. Que estaría más cómodo en un sillón junto al fuego. Aquello era algo digno de reflejar por escrito: encontré un guiño de complicidad lectora, un gesto de aprecio y respeto hacia alguien que se sienta a leer en silencio. Sin duda, algo muy especial más allá de la amabilidad profesional o el buen servicio. Había honesta consideración por el lector tranquilo: algo difícil de encontrar en este mundo de ruidos, música alta y seres humanos estomagantes. Sobra decir que, agradecido, acepté la sugerencia.