viernes, 8 de abril de 2011

El gran páramo

Amanecer cálido en el alto páramo castellano. Comenzaba la marcha rumbo norte penetrando en una gran paramera, una extensión inmensa poblada por un bosque disperso de sabina albar. El árbol superviviente del Terciario ha conquistado este interminable karst arrasado, donde todos los lugares parecen iguales y la sucesión sin fin de árboles ariscos hace del paisaje un laberinto.

Hábitat de ciervos, corzos, jabalíes, lagartos y lobos, estos sabinares incomensurables son bosques únicos, donde la Juniperus thurifera crece sin injerencia de otras especies potenciadas por el hombre, como pinos o encinas.

Se trata pues de un lugar donde, pese a la facilidad para desorientarse y la ominosa quietud, puede conocerse la dinámica de un sabinar maduro pasando horas inolvidables explorando entre los troncos aromáticos de este árbol singular.
 



Son estos páramos de clima muy continental, extremo, puramente castellano, donde las temperaturas no conocen término medio. El invierno es muy duro y el verano, brutal. El día, aun a comienzos de primavera, iba a ser caluroso, el sol iba a quemar la piel. Sin embargo la Naturaleza siempre comparte sus bondades. Las sabinas daban sombra suficiente para crear pradillos de céspedes naturales, blandos y elásticos, donde el suelo permanecía húmedo, y aquí y allá aparecían charcas y pocillas que resistían el calor y permitían empapar la ropa para aguantar el embate del sol.


Los antiguos pobladores


A pesar de la desolación y soledad que acompañan siempre en este gran desierto, se pueden encontrar en su geografía multitud de restos de los antiguos habitantes rurales. Hace décadas, estos pagos silenciosos, ahora tierras salvajes, de soledad lobera, daban sustento a varios pueblos.

Se encuentran salpicados enntre el bosque arizónico desde grandes chozas y parideras hasta pequeños caseríos, todos derruidos o en las últimas. Únicamente los modestos diques de contención hídrica que se usaban antaño para crear bancales para la agricultura se han fundido con el paisaje. Las taínas y casonas son ahora refugio de palomas o lechuzas y sobre todo, de abejas y avispas, que con el calor enloquecen y no permiten ni franquear la puerta de estas posesiones abandonadas.



Sentido geográfico

Pasado el mediodía, el calor apretaba y el sol comenzaba a quemar. Llevaba varias horas de marcha y aún no había alcanzado el objetivo del viaje, encontrar entre estos parajes sin fin una pequeña laguna kárstica que al parecer, comienza a llenarse en primavera cuando el subsuelo está henchido de agua.

Guiado por la brújula y el sol, llevaba toda la mañana atravesando el bosque rumbo norte, entre el correteo de liebres y corzos. Pretendía subir a un altozano para localizar la laguna desde la cima, pero una vez arriba permanecía escondida entre el relieve irregular y el mar de árboles. No quedaba más remedio que, usando la más simple lógica geográfica, buscar algún pequeño valle que debería desembocar en la hoya. Seguir un cauce seco me condujo a un corto pero pintoresco cañón, cargado de vida. Al final del mismo, como si de la salida de un túnel se tratase, adivinaba la inconfundible claridad de una laguna seca. Es una gran sensación la que produce el leer las señales de la naturaleza para, perdido, encontrar lo que se está buscando.




Pretendía llegar a este lugar para observar de cerca el fenómeno de llenado primaveral de este tipo de lagunas naturales, pero al parecer había llegado demasiado pronto. La laguna seguía convertida en una gran depresión reseca, salina, que no hacía sino acentuar el calor ambiental y el terrible azote del sol. El poder refrescarse e incluso nadar en un paraje geomorfológico tan interesante iba a tener que esperar. Ahora bien, que esta laguna permanezca seca a estas alturas del año es un indicador natural inmejorable: se avecina un verano muy seco.




Tras el almuerzo y el merecido descanso sobre el césped a la sombra de una muy vieja sabina, había que localizar el sur para comenzar el regreso. De camino, en contaste con la desolación de la hoya seca, me sorprendió encontrar alrededor de ella pequeñas charcas que han aguantado estos días de intenso calor. Al aproximarse a las mismas, verdean de ranas, las cuales casi pueden sacarse a puñados de abundantes que son ahora. Charcas éstas que han de ser el delirio de todo predador que de con ellas. Más que por la mañana, era obligatorio empapar la ropa en sus aguas frescas para resistir el sol violento de ésta inusual ola de calor primaveral.


El gran páramo. La esencia de Castilla. Secarrales, árboles aromáticos, ciervos, lobos, lagartos, pequeños oasis. Parajes éstos muy ásperos, ariscos, bravíos, ajenos. Extensiones interminables de páramo y sabinar que ven pasar el tiempo en su contraste anual de frío intenso y calor abrasador, un gran desierto de sustrato blanco donde el agua se acumula en hoyas grandes y pequeñas y en el que las sabinas dan una sombra y un cobijo tan frescos que no hay forma de agradecerlos.

Tal vez la única forma de hacerlo sea mentar a la sabina centenaria, que frente a la laguna seca, tras horas de marcha, me resguardó del sol en el peor momento y que por su gesto altruista permanecerá siempre en mi recuerdo.