martes, 8 de febrero de 2011

Setas de piedra

Tras casi dos semanas de sol radiante y temperaturas altas en exceso, no esperaba encontrar nieve en la serranía del Tajo. Sin embargo, pasado el amanecer, comenzaba la caminata entre el pinar pisando esa nieve dura y gruesa de varios días que, a poco más de mil metros, ha resistido contra todo pronóstico muchos días de calor.

Emprendía camino hacia una larga rambla en el corazón de estas umbrías pobladas de pinares. Por la zona abundan modestos bosques de roble quejigo(que formaría la vegetación potencial) que ahora con los fríos y sin sus hojas dotan al paisaje de un agradable tono grisáceo. Por doquier parten ramblas y hondonadas menores, que penetran como caminos sin pérdida entre los densos bosques, que parecen no tener fin.

La nieve en invierno facilita mucho la afición al naturalista. Por doquier encontraba rastros de ciervo y gamo, jabalí, zorro y tejón. Debido a la lentitud de movimientos y poca agilidad propia del tejón, sus rastros son los más fáciles de seguir, dado que no desaparecen de súbito como los demás. Así, al cabo de un rato de rastreo, topé con una tejonera. Una fotografía y retirada, procurando no molestar al tejón, que bastante habría tenido aquella noche con buscar sustento en el pinar de invierno.

Magnífica zona en la que perderse, esta pequeña serrilla atravesada por ramblas secas, que ha escapado de la prostitución turística de tantos parajes del Alto Tajo ya echados a perder, se muestra como un refugio de gran diversidad biológica. Es de esos lugares donde el instinto geográfico dice que llegada la primavera su naturaleza explota en un colorido bullir de vida animal y vegetal. Mientras tanto, durante el invierno, los quejigos procuran recuperar espacio frente al pino negro. Encinas y sabinas, abundantes no muy lejos, quedan totalmente desplazadas frente a ambas especies dominantes.

Uno de los fenómenos hidrogeológicos más fascinantes de estas hoces y ramblas kársticas son las filtraciones, que debido a la porosidad de la caliza en algunos puntos de sus cauces provocan que el agua acumulada en las lluvias desaparezca en cuestión de pocos días. Pocos son los tramos de estos parajes alrededor del Tajo donde los arroyos mantienen agua durante todo su recorrido, y menos durante todo el año, puesto que no aguantan el agua ni en invierno. Durante la estación fría, el hielo formado en la capa superior se mantiene mucho tiempo mientras el agua se pierde, formándose casi "trampas" naturales.

Almorcé en un alto de caliza sobre la amplia rambla, mientras un cantarín bando de grullas daba vueltas en el cielo y algunas lagartijas salían ya a solazarse al calor de la tarde. Tras un descanso era menester deambular por la cresta, observando los vallejos y bosques interminables que se extendían a ambos lados. Allá arriba encontré una vieja choza que, ya destejada, mantenía en pie sus muros y la columna central que lo sostenía. Siempre considero un pequeño privilegio encontrar estas viejas casonas, parideras y taínas. Quién sabe cuánto llevan abandonadas, cuántos años ha que nadie más ha cruzado sus puertas, cuáles son los animales que ahora moran en ellas...

Ya de regreso mientras caía la tarde, cortando el camino de la rambla a través de las lomas, encontré el cadáver de un vareto, o joven ciervo que aún no ha desarrollado del todo las cuernas y carece de coronas en las mismas. La amplitud de la separación entre las astas invitaba a pensar que bien pudiera tratarse de un gamo, también abundante por la zona; sin embargo la piel estaba tan estropeada que era del todo imposible llegar a una conclusión clara.

Esta larga rambla, cómoda de recorrer y rodeada de interminables bosques de pino negro y quejigo, destacaba en algunas zonas por la abundancia de agujas de piedra y setas o mesas de piedra caliza. A lo largo de los siglos, la escorrentía del agua de lluvia ha socavado poco a poco la capa blanda inferior, dando lugar a hermosas formaciones parecidas a setas. Entornos que tal vez evocan grandes bosques de hongos gigantes tan recurrentes en obras infantiles.

Uno de tantos vallejos olvidados, solitarios y rodeados de parajes aún más bravíos, que sobreviven en la vieja tierra alcarreña. Lugares donde explorar la Naturaleza con humildad y tranquilidad sin mayor aspiración que degustar los sencillos privilegios que Ella ofrece.