domingo, 16 de enero de 2011

Coníferas en el karst

Iba a ser un domingo de dolce far niente, de esos de libro, brasero e infusión. Sin embargo, pensé que sería bueno aprovechar el tiempo soleado que ofrecía el día libre. ¿La semana sin lluvias habría llevado a los cauces kársticos del Alto Tajo a secarse por efecto de las filtraciones? Buen día para comprobarlo.

Elegí para ello una hoz, más bien hondonada, que comenzaba en una altiplanicie. La mañana surgió fría y con toda la vegetación escarchada de hielo. No en vano, este cañón, que más adelante si merece dicho nombre, ronda los 1500 metros de altitud sobre el nivel del mar, lo cual influye decisivamente tanto en su flora como en su hidrología.

El cauce lleva en parte de su tramo agua todo el año, lo que le vale el epíteto de truchero. Más adelante, el agua desaparece como por un desagüe en una filtración que hoy estaba tapada por el hielo. A partir de ahí, lo más destacable es la masa continua de impresionantes pinos silvestres.

El camino fue cómodo dado que a ambos lados del arroyo aparecen sendas sin ninguna dificultad. Siempre agradezco el poder descubrir nuevos lugares con las manos en los bolsillos, sin prisas ni peligros, pero al haber conducido casi tres horas para llegar hasta aquí hubiera preferido algo más emocionante.

Tejos cubiertos de hielo

La sorpresa del día fue descubrir, pequeños entre los altos pinos silvestres, tejos. Nunca los había visto en esta serranía. Descubrí uno que distinguí al instante entre las zarzas y pinares por su característica oscuridad, que los individualiza frente a cualquier otro árbol. El tejo parecía pequeño entre los pinos, que lo cuadruplicaban en altura: sin embargo, él los cuadruplicaba a ellos en edad.

Estimo que a lo largo del día me crucé con más de dos centenares de tejos, una densidad de población muy difícil de encontrar en nuestras latitudes y ya casi en cualquier parte del mundo. Estos tejos, jóvenes para los términos de la especie, disfrutan al abrigo de sus espigados primos de humedad y protección contra el calor del estío; sin embargo, en la umbría apenas toca el sol, quedando atrapados los escasos rayos que llegan el mediodía por los sylvestris.

Incluso de tan reducido porte y tan dispersos, los tejos de esta hoz de caliza se rodean de esa atmósfera densa, húmeda y de tierra oscura y aireada tan propia de ellos. Se distinguen, entre la columnata gris y salmón del pinar albar, como pequeñas siluetas que brillan con oscuridad propia, atrayendo toda la atención, expandiendo ese aura que los hace diferentes del resto de árboles.

Esta luenga hondonada está rodeada de una impresionante masa de Pinus silvestris, los cuales aprovechan las virtudes del sustrato y el clima para alcanzar tamaños impresionantes, difíciles de ver en otros lugares como el Macizo de Ayllón. Multitud de pinos de la ribera superan los veinte metros de altura, alcanzando sus formas de madurez, dejando entrever tras ellos las laderas cubiertas por el bosque y bañadas por el sol. Unas imágenes impresionantes, la naturaleza en todo su esplendor.

A primer ahora, la umbría tenía algo de bosque boreal, de coníferas nórdicas. Todo estaba cubierto de hielo, la atmósfera estaba coloreada por un pálido vaho natural y sólo es escuchaban los crujidos que provocaba el frío. En los contrastes térmico-horarios de esta Iberia nuestra, a las pocas horas todo había cambiado, fundiéndose el hielo por el sol cálido que aun en diciembre golpeaba y hacía brillar el rocío.

La hoz no destaca por sus altas paredes y cortados. Sin embargo, la leve pendiente es suficiente para que la umbría, orientada al norte, no reciba más que unos minutos de sol. Los pinos de esa vertiente han estirado a lo largo de sus vidas las ramas hacia el norte, buscado los rayos solares, presentando una forma característica. Aun así, la hoz apenas presenta un par de paredes verticales y muy irregulares, donde las heridas erosivas estriadas llaman más la atención que la magnitud de las formas. Al poco, se abre aún más, en amplias garrigas soleadas atravesadas por el lecho seco, acentuando la mediterraneidad del monte. El pino silvestre, albar o de Valsaín forma manchas continuas que se pueden distinguir desde el espacio.

En estos cauces kársticos, las filtraciones están a la orden del día, siendo el propio Tajo el único curso que lleva agua en todo su desarrollo, e incluso él puede llegar a desaparecer y resurgir en algunos puntos. En este arroyo tributario, las lluvias de semanas anteriores se ve que reforzaron el caudal, pero la porosidad de la caliza ha terminado por absorberlo. El resultado ahora en invierno es una delgada lámina de hielo que, como por arte de magia, flota sobre el lecho seco. De vez en cuando, amplias superficies se derrumbaban de súbito, emulando para el oído un gran espejo roto o una lámpara de araña que se desprende y estalla contra el suelo. Tales estrépitos repentinos, en medio de un bosque tan silencioso y sombrío, aceleraban el corazón.

El punto final de marcha fue un cruce entre tres barrancos, el que venía recorriendo y dos tributarios. En una cresta sobre dos de ellos, se divisaba una vieja choza, en la que distinguía que aún estaba tejada en rojo y conservaba la puerta de madera en buen estado. Habría sido un buen lugar para pernoctar. Descansando al sol con la vista de los barrancos y la choza abandonada entre el silencio del bosque, almorcé en condiciones inmejorables. La tranquilidad se vio truncada por tres tiros lejanos que trajo el eco. Domingo.

La fauna ha estado hoy escondida, aparte de las cornejas, carboneros y herrerillos que suelen acompañar toda marcha por los bosques. La nota discordante la ha dado un grupo de gamos, cuya presencia desconocía en estos montes. Ciervos, jabalíes, corzos, cabras monteses y gamos conviven en buena armonía donde parece que sólo faltan ya el rebeco y el muflón. Qué buen hábitat sería este para la prosperidad de los grandes depredadores ibéricos, que hace tiempo fueron arrasados.

Cañones, barrancos, bosques y páramos éstos que rodean al Tajo cargados de vida, una extensión inabarcable para el naturalista, que de forma lamentable se ha visto salpicada aquí y allá de aprovechamientos lúdicos modernos y geografía rural "sostenible". Parece que la sostenibilidad ahora son carteles que destrozan la armonía del paisaje, sendas prefabricadas que eliminan todo interés de muchos parajes que deberían no estar indicados y barbacoas junto a merenderos rodeados de bosques sin fin. Sin embargo, abundan mucho más las maravillas de la naturaleza que, tal vez por ignotas, tal vez porque las insensatas administraciones han tenido un mínimo de lucidez y respeto, se mantienen secretas y solitarias. Una infinita tierra por explorar.