jueves, 19 de agosto de 2021

Un placer tranquilo

Hace unos meses me mudé a una nueva casa. Una de las prioridades a la hora de amueblarla fue reservar un espacio como biblioteca. Compré estanterías, una butaca y un reposapiés, también una lámpara y la mesita auxiliar para dejar el libro y la taza. Lo cierto es que quedó un rincón de lectura bastante apañado, íntimo y a la vez luminoso, junto a grandes ventanales. Allí me siento a leer con un poco de música ambiental de fondo, generalmente lofi beats o jazz. Tengo a mi derecha una beaucarnea y enfrente una areca. Y a mis espaldas, los libros. Están más o menos ordenados según obras de autores hispanos, literatura norteamericana, nature writing, novela histórica, historia antigua, historia de la América española, libros pendientes, etc. Lo cierto es que llevo apenas unos meses en la casa y ya veo que las dos librerías se me quedan pequeñas, pero bueno. No importa, ahí están ya todos: Conrad, Delibes, London, McCarthy, Tolkien, Dostoievski, Unamuno, Eslava, Reverte. Siempre disponibles, amigos para recurrir a ellos cuando lo necesito. Soy de esos que piensan que todo está en los libros, que son el analgésico, el recurso imprescindible e insustituible para entender el mundo, para afrontarlo con honestidad y poder soportarlo.

Por supuesto, es un inmenso placer tener tu propia biblioteca. Un privilegio del que puedo presumir. Pero los libros no son sólo conocimiento o un refugio. El mero hecho de poder -y querer, necesitar, deber- recurrir a ellos va más allá de eso, algo que todo buen lector entenderá. Por ejemplo, en estos días, está de actualidad la enésima derrota de occidente en Afganistán; no soy experto en el tema, pero llevo mucha lectura a mi espaldas, sobre todo de historia, y ya sabía lo que iba a ocurrir. Sabía que, en ese país, Alejandro se atascó en los mismos lugares en que después lo hicieron los ingleses, más tarde los rusos y ahora nosotros. El lector de historia sabe que las naciones civilizadas no pueden domeñar, ni siquiera a medio plazo, a pueblos teocráticos, atrasados y regidos por caudillos locales. Y hoy menos que nunca. Reconozco que estos temas siempre me han atraído: el orgulloso ejército occidental que es tragado por una geografía abrupta, habitada por guerreros tribales e inmisericordes. En una acertada previsión, compré hace unas semanas un libro muy recomendado: El retorno de un rey, de William Dalrymple, que narra la dramática expedición británica a Afganistán en 1838. Está esperándome, quieto en mi biblioteca. La sugerente aventura, el viaje, la experiencia inmersiva y libre. Sinceramente, siento un cosquilleo en el estómago. Ahí está el gran privilegio del lector, ese celestial placer tranquilo.