domingo, 20 de enero de 2019

¡Escóndete, hombre!

Después de desayunar en una estación de servicio, salí de la autovía y tomé una solitaria carretera provincial que se adentra en una de las zonas más despobladas y frías de la Península. Cuando conduzco por allí suelo llevar la cámara en el asiento del copiloto, porque nunca falta el día en que puedo tirar a ciervos, zorros o cualquier otra cosa, parando un momento en el arcén. Las mejores ocasiones suelen ser aquellas en que dejas la cámara en el maletero. Pero a veces, no está de más disfrutar sencillamente del momento y del cruce de miradas con los animales salvajes.

Aquel amanecer de principios de enero camino a las soledades del Alto Tajo, un par de zorros interactuaban junto al asfalto. Estaban en pleno celo. La irrupción del coche les cortó el rollo y tuvieron que separarse: la hembra huyó en una dirección, el excitado macho en otra. Ella desapareció, pero él se quedó paseando tranquilamente delante de mí por los campos arados. A una distancia prudencial, sí, pero desde la que cualquier imbécil podría haberle pegado un tiro. A veces deseas que los animales fueran más esquivos de lo que ya son de por sí.