viernes, 29 de octubre de 2010

Puentes y castaños

Mi inseparable mapa del Macizo de Ayllón está en las últimas. Lleno de flechas, tachaduras, notas, esbozos sobre flora y remiendos con celofán. Sin embargo, su lectura me reserva aún muchos secretos, muchos rincones por explorar, incontables árboles y parajes por descubrir.

Recientemente, un amigo naturalista también enamorado de estas tierras me recomendó ciertos parajes por uno de sus ríos de montaña. Mi querido mapa, ya casi con textura de papiro, me facilitó la andadura. Uno de sus últimos e inestimables servicios hasta que lo renueve.

Sólo tenía unas pocas horas para la salida de esta jornada, dado que no pude empezar a andar hasta bien pasado el mediodía, pero la primera señal fue buena. Varios kilómetros antes de alcanzar Ayllón, apareció desde el Alto Rey una portentosa pareja de águilas reales volando a baja altura. Tal vez fueron las mismas águilas que divisé el invierno pasado alrededor del Pelagallinas, u otras de las varias parejas que dominan el norte alcarreño. En cualquier caso, siempre es un privilegio ver de cerca en su hábitat a la reina de las aves, al Aquila chrysaetos:

La despensa de las aldeas de montaña

Al llegar al punto de partida y comenzar a andar, pude hacer acopio de reservas para la merienda en los montes. A estas saludables alturas del año, los pequeños villorrios de montaña rezuman de frutos: manzanos, perales y membrilleros entre otros tapizan el suelo de las aldeas con tal desmesura que, entre su cantidad y que casi nadie los recoge ya, puede uno hacer acopio de fruta buena y fresca en un momento. Ahíto el zurrón de las frutas de la aldea y llenas las cantimploras con el agua helada de la fuente, tocaba atacar los montes.

Falsa oronja, Amanita muscaria

Castañares y puentes

Siempre se encuentra algo nuevo. Estas montañas, como todas, son infinitas. En esta ocasión, encontré bosquetes y ejemplares dispersos de un árbol que hasta la fecha no conocía silvestre en el cosmos ayllonense: el castaño.

Su existencia únicamente en estas pocas vertientes no deja de ser algo curioso. Por esta reducida zona, que conozco poco, existen varios pueblos despoblados hace décadas. De ellos sólo quedan muros derruidos, majadas, unas pocas casas negras en pie y algún tejado de troncos que aguanta no se sabe cómo. Por lo visto, los antiguos habitantes de estos predios eran aficionados a las castañas, y tras la despoblación éste árbol ha conquistado poco a poco las vallejadas, ocultado las ruinas y rodeado aguas y caminos. Con el paso del tiempo los castaños han sustituido a las personas.

El Castanea sativa no deja de ser inconfundible ahora, aparte de por sus tonos ocres, por sus hojas grandes, suaves y aserradas, y cómo no por sus erizos y castañas, delirio del jabalí:

La verdadera joya de cualquier serranía y montaña no son sus cumbres ni sus vertientes: son sus ríos. Últimos reductos de vida natural, a veces por lo inaccesibles que fueron en tristes épocas pasadas y ahora, son los recodos que mejor guardan la riqueza autóctona de Iberia, la vegetación natural primigenia y los árboles más impresionantes. Los ríos de montaña siempre esconden sorpresas y ofrecen al naturalista lo que espera encontrar.

En Ayllón, el Berbellido, el Jaramilla, el Sonsaz, el Hoz y muchos otros estaban antaño cruzados por estrechos puentes, a través de los cuales aldeanos y caballerías comerciaban y podían alcanzar los pastos y bosques. Hoy quedan pocos, la mayoría están derruidos y no quedan de ellos más que los resaltes de los extremos, que acabarán por fundirse con la tierra. Pero queda aún algún que otro puente, alguno de difícil acceso pero que de forma inexplicable ha sido reparado en época relativamente reciente:

El otoño ha avanzado imparable en pocos días dejando su huella en las laderas, y ahora las vertientes se muestras impresionantes. A veces me parece mentira que hace meses haya recorrido por otros caminos casi todos estos montes, que vistos desde su fondo y en diferente estación parecen otro mundo. En ocasiones, unos pocos cientos de metros o algo de pendiente significan una frontera inabarcable.

Los robles, cada uno a su ritmo y sin prisa pero sin pausa, ya están casi todos preparados para ir afrontando los fríos:

A un par de horas antes de la caída del sol alcancé el punto que había marcado como destino para esta jornada, uno de los puentes. El objetivo no era otro que encontrar fresa silvestre, que al parecer crece aquí, aunque no encontré ni una mata.

Pero ha sido el reencuentro con un viejo amigo, el milenario Sonsaz: el puente se mantiene sobre el estrecho río en el que en otras ocasiones he bebido, me he bañado, he visto seco, he visto rugiente e incluso he visto nacer. Esta vez presentaba un caudal bajo pero constante. En primavera volverá a mostrarse furioso:

De vuelta a trepar por la vertiente por la que había alcanzado el río, en la distancia se adivinaban algunas pequeñas villas de arquitectura negra aisladas y colgadas de las laderas, entre la foresta. Casi parecen todavía imágenes de otras épocas:

Al anochecer, entre los castañales se escuchaba el trajín de los jabalíes. Buena despedida para una jornada corta pero intensa, intensa como todas en la montaña ayllonense, que cada día depara algo nuevo: horizontes prometedores y parajes por explorar. Sin duda, estos montes pintados son infinitos.