
El viaje lo he hecho solo, de lo cual solo pueden extraerse cosas buenas. Se está mucho más permeable con cuanto te rodea y captas detalles que de otra forma pasan desapercibidos. Viajando solo llaman mucho la atención los gestos de la gente y las conversaciones, se repara en todas las particularidades y la inmersión con la cultura local es total. Además, se tiene absoluta libertad para establecerte horarios, destinos y actividades. En definitva, vas donde quieres, haces lo que quieres y en el momento en que se te antoja. Y eso, viajando, en ocasiones es difícil hacerlo.
El casco histórico de Braga es perfectamente abarcable a pie en poco tiempo. En pocos minutos, desde la Avenida Central, se llega a la Sé de Braga, la catedral, que data de 1093 y reúne románico, gótico y barroco. Es curioso como de las paredes interiores cuelgan tapices con los escudos de diversas localidades del distrito. El órgano de la Sé es impresionante, lástima que no dejaban hacer fotos del interior:
Tras conocer el casco histórico de la ciudad, me dirijo a las afueras donde en la cima de un monte se levanta el Santuario de Bom Jesús, en un entorno inmejorable, conjugando la obra del hombre con el medio natural. Su principal característica es un via crucis en forma de escalera en zigzag, con cinco descansos con sus cinco fuentes. En los jardines alrededor de del santuario se encuentran especies vegetales interesantes, como algún tejo. Las vistas sobre la ciudad son fantásticas. Realmente es uno de los lugares más espectaculares en los que he estado nunca:
Al caer la noche, la ciudad continúa animada. No puede faltar un café en el Café Vianna, en los soportales de la Praça da República, donde te sirven el torrefacto acompañado de una ramita de canela para que de gusto a la bebida. En la misma plaza la fuente ofrece un espectáculo de luces:
Sábado 9
Este día tenía planeado visitar las localidades más pintorescas de la Costa verde. Emprendo camino hacia Viana do Castelo, villa costera junto a la desembocadura del río Limia, a 50km de la frontera norte con España. Esta localidad se caracteriza por una alto nivel de vida, la decoración urbana y el mismo ambiente de las calles delantan que ésta es una localidad de vacaciones de clase media-alta. Al llegar a Viana aparco en un moderno aparcamiento al aire libre junto al cauce del río. Me dirijo hacia el adoquinado Barrio Antigo, que transcurre por calles y plazas, entre palacios e iglesias. Al igual que Braga, está lleno de blasones que recuerdan a tiempos mejores, cuando Portugal emanaba poder y llegaba riqueza desde las colonias. Con el centro histórico contrastan el puerto y los paseos marítimo y fluvial, modernos y de alto nivel adquisitivo.
Algunas fotografías en Apúlia:
Al regresar a Braga por la noche, me despido de ella dando un último paseo. La ciudad es aún más encantadora al atardecer y en la oscuridad; los bellos edificios parecen totalmente distintos a como son durante el día. Un paseo nocturno por las calles de Braga, teniendo como sonido de fondo las melodías de las flautas y las conversaciones en portugués, es inolvidable.
El mítico café A Brasileira, centro de reunión de la intelectualidad bracarense:
Domingo 10
Después de la visita a Guimaraes emprendo el regreso a casa. Por carretera se siguen viendo parajes espectaculares. La humedad ambiental aquí en el norte es muy alta, lo que combinado con la proximidad del mar y el relieve irregular ha levantado profundos y variados bosques. Los carballos, a pesar de ser aún mediados de agosto, comienzan a teñirse de ocre:
El norte de Portugal es una zona geográficamente muy interesante. La exhuberante vegetación, con presencia mayoritaria de repoblaciones poco afortunadas, resulta espectacular: "Portugal es toda verde". Las carreteras serpentean entre los montes alargando los viajes entre sus localidades dispersas pero bien interconectadas. Es muy interesante el patriotismo sin complejos del cual hacen gala los portugueses; luego me da vergüenza venir a España y ver lo que veo y oir lo que oigo.
Se dice que Portugal vive de cara al mar y de espaldas a España, mirando a ultramar pero sin despegar los pies de sus calles adoquinadas. Todavía se respira cierta melancolía en sus ciudades de aspecto decadente y en la forma de ser de sus gentes.
Más fotografías del viaje, aquí.